9.24.2011

El fondo del cielo

Al empezar esta novela decidí que era la última oportunidad que daba a Rodrigo Fresán. Recuerdo que Jardines de Kengsinton me dejó absolutamente impresionada, pero abandoné Mantra y La velocidad de las cosas por cansancio y aburrimiento. Pensé que nunca volvería a encontrar aquella fuerza que había en Jardines, que arrasaba con todo y te obligaba a tomar aliento entre párrafos. Bueno, pues no me he reencontrado con ese Fresán sino con otro, digamos más viejo y cascado, pero que conserva algo que recuerda el esplendor juvenil de antaño. Y eso que cuando descubrí en las primeras páginas de El fondo del cielo que la cosa iba de ciencia ficción, me entró una pereza inmensa y ciertos prejuicios provocados por mi desconocimiento del género. Pero como explica el mismo autor al final. ésta no es una novela de ci-fi sino con ci-fi. Es cierto y, aun así, siento que me he perdido referencias, alusiones y guiños que los iniciados disfrutarán seguro. Yo me he quedado con la historia y las nociones básicas que van más allá del género, como el rendido homenaje a 2001. Una odisea en el espacio que aparece en las primeras páginas.


Como decía, he recordado al mejor Fresán en esta novela, es cierto, pero ha sido un proceso lento y paulatino, a medida que avanzaba la historia. O quizá debería decir las historias, porque en El fondo del cielo hay tantas. En eso, el autor argentino no ha cambiado. Hay historias narradas, esbozadas, abortadas, cruzadas... algunas se hunden y otras pasan de puntillas, y todas ellas van conformando voces que llegan y se van. Se trata de una técnica arriesgada, porque al final puede quedar la impresión de que todo resulta demasiado efímero y superficial. Pero Fresán acaba volviendo al hilo principal en la mayoría de los momentos (no todos) en que el lector necesita retomar el argumento, asirse a lo conocido, reencontrarse con los personajes en algún momento de sus vidas y profundizar un poco más en ellos. Por eso la novela adquiere consistencia con dificultades sólo hacia el final, y uno respira cuando acaba la historia y piensa que más o menos ha logrado atar los cabos necesarios para construir algo que se parece a una historia de amor y ciencia ficción. Entonces, ¿merece la pena llegar hasta El fondo del cielo? Ya que no pude hacerlo con las dos novelas anteriores de Fresán, ésta vez me he sentido reconfortada, y he terminado con la sensación de que, mal que bien, ha valido la pena a pesar de algunos momentos difíciles. Momentos en que las imágenes de otros planetas, o de viajes espaciales por el universo han estado a punto de colapsar la historia. Momentos en que mi buena fe se ha tambaleado. A Fresán le gusta ponernos a prueba, y de vez en cuando nos bombardea sin piedad con fantasías alucinógenas narradas a mil por hora. Luego se calma y una vez pasada la tormenta se centra en lo esencial, que constituye el cuerpo argumental de la novela y no pertenece a la ciencia ficción sino a la literatura universal: la obsesión por el pasado, la soledad y el miedo a perder lo que tenemos, el olvido como fracaso...Y la impresión que todos tenemos de vez en cuando de estar viviendo una vida irreal en un mundo que se nos escapa y que alguien, arriba o donde sea, se ríe de nosotros, y nada tiene la importancia que pretendemos concederle. Todo eso está, de un modo u otro, en El fondo del cielo, siempre narrado demasiado deprisa, pero con la fuerza justa como para dar resuello al lector. Una pequeña certidumbre de que Fresán sigue ahí, y quizá alguna vez volverá a escribir como él sabe y dejarse de experimentos alucinógenos.


Rodrigo Fresán, El fondo del cielo

Random House Mondadori, 2011. 272 páginas

9.14.2011

Las cuatro estaciones

Animada por la buena impresión que me dejó la lectura de El ruletista, sigo con la literatura rumana. En este caso, he descubierto al azar la prosa poética de Las cuatro estaciones, de Ana Blandiana. La obra está dividida en cuatro partes, cada una representando a una estación, las cuales describen un viaje que emprende la protagonista. El punto de partida es una realidad hostil: la ciudad en primavera, una playa sofocante y sucia en verano, la nieve cegadora en invierno o la desolación del paisaje en otoño. A partir de esta realidad, la protagonista relata su avance hacia lo que siente como un misterio que se le escapa, y en el que aparece lo fantástico como un elemento estrictamente relacionado con nuestra conciencia. Así, en cada estación la narradora utiliza aspectos personales (recuerdos, sensaciones, anhelos) para ir penetrando una realidad que está por encima de la lógica del paisaje y no acierta a comprender. Esto es, ciertamente, la búsqueda literaria que propugnaba como forma de conocimiento primero el Surrealismo y, más tarde, el Realismo mágico y otras tradiciones surgidas de la literatura fantástica moderna. La prosa poética, además, es un género que se aviene mucho con la búsqueda personal de una suprarrealidad ligada a nuestra propia conciencia. Pienso, por ejemplo, en Las ruinas de París, de Jacques Réda, al que he recordado mucho leyendo Las cuatro estaciones.


Este avance a tientas, en el que nada es seguro ni definitivo, deja abierta al lector la puerta de la interpretación subjetiva. No hay afirmaciones sino sugerencias, y las distintas capas de realidad fluyen de modo que uno puede acceder a ellas y colocarlas de maneras distintas, todas ellas válidas para comprender el todo.


La estación o relato que más me ha gustado es el que presenta menos imágenes y más elementos concretos, relativos a los recuerdos de infancia de la narradora. En esta historia, correspondiente al otoño, aparece de modo poco sutil, en comparación con el resto de la obra, una crítica al sistema totalitario comunista, que prohibía la lectura y posesión de ciertos libros. Por ello, la quema de los mismos resultaba una práctica muy habitual. La historia se titula "Recuerdos de infancia" y aparece en último lugar, como culminación de una caída y, al mismo tiempo, esperanza en un más allá incierto pero prometedor. En las otras historias he avanzado a ciegas, como la protagonista, pero no me he sabido agarrar a las pistas, las manos tendidas o las sugerencias que da la autora a través de las imágenes, que son en sí muy bellas, pero me han sabido a poco.


Es, pues, una lástima que la fina sutilidad de Ana Blandiana resulte, en mi opinión, demasiado ligera para el relato. La protagonista sobrevuela los misterios que van apareciendo de un modo tenue y difuso, que quizá era necesario en los tiempos del "arte social" predicado por el comunismo. Sin embargo, tanta profusión de imágenes brumosas resta fuerza a unos relatos bien trazados y construidos. Así que esta segunda experiencia con la literatura rumana no ha sido del todo satisfactoria. Veremos si en un futuro hay más.


Ana Blandiana, Las cuatro estaciones.

Editorial Periférica, 2011

224 páginas

9.03.2011

El castillo de arena

Francamente, me fascinan las novelas de Iris Murdoch. Hace tiempo leí La campana, más tarde El príncipe negro y El mar, el mar, y ahora he terminado El castillo de arena. Todas ellas me han producido la misma sensación de absoluta admiración por esta mujer, de la que apenas sé nada porque tampoco me he molestado en averiguarlo. Me bastan sus novelas y, por suerte, escribió muchísimas.


Mientras leía El castillo de arena intentaba definir qué es lo que me gusta tanto de Iris Murdoch. Ciertamente, sus novelas no presentan personajes maravillosos ni argumentos originales o extraordinarios. Su estilo tampoco es especialmente llamativo y, de hecho, comprendo muy bien que sus libros estén hoy día pasados de moda. O al menos ésa es la impresión que tengo, porque nunca encuentro reediciones de sus libros ni críticas o comentarios en español. En cambio, siempre hay cuatro novelas suyas en las librerías que cuentan con una sección de novelas en lenguas extranjeras. Eso me reconforta.


Como decía, he estado intentando definir por qué me gusta tanto leer a iris Murdoch. Creo, para empezar, que sus novelas deberían ser cuidadosamente estudiadas por todo aquel que quisiera dedicarse a la escritura, ya que constituyen, en mi opinión, ejemplos perfectos de cómo debe ser relatada una historia. Murdoch nos enseña cómo se construye una trama, cómo se van distribuyendo los motivos, cuándo exactamente debe suministrarse al lector esta o aquella información, cuál es el mejor punto de vista de cada escena, cómo se pueden introducir elementos sobrenaturales o simbólicos sin hacer cojear la lógica de la historia. Su precisión es, en suma, impresionante.


En el caso de El castillo de arena, la autora nos acerca al mabiente universitario británico para narrar la atracción que siente un profesor de mediana edad, Bill Mor, por una joven artista, Rain Carter. El argumento no es, pues, nada original. Tampoco los personajes, ya que él resulta descaradamente mediocre y cobarde, y ella es demasiado cursi como para caernos bien. Pero nada de eso importa. La lectura de las reflexiones morales y las peripecias más o menos desgraciadas de los protagonistas, así como el acertado elenco de personajes secundarios que los rodean (la familia de él, el resto de los profesores universitarios, los alumnos) resulta, definitivamente, una grata experiencia. Todo cuadra, y nada podría ser de otra manera. Y cada motivo que aparece en la novela está justificado con las palabras exactas en el momento preciso. Un engranaje perfecto y brillante. Qué buena es Iris Murdoch. Y cuántas novelas suyas me quedan aún por leer.

Iris Murdoh, The Sandcastle
Editorial Vintage, 2003.
318 páginas.