3.24.2006

Desgracia

Esta es la primera novela que leo de J.M Coetzee, segundo Premio Nobel sudafricano, a quien descubro más por circunstancias ajenas a mi voluntad (en la librería del barrio había poca oferta de libros en inglés) que por un real interés. Sin embargo, debo decir que me ha sorprendido, atrapado, y ya puedo dar la razón a todos los entusiastas seguidores de este escritor que tan buenas críticas escriben siempre de sus novelas. Es cierto que, en general, Coetzee está muy bien tratado y gusta a muchos tipos de lectores, y ahora deespués de leer Disgrace (Vintage, 1999) creo entender por qué.

En primer lugar, pienso que la novela tiene varios niveles de lectura. Es algo parecido a lo que pasa con El extranjero, de Camus. Está la historia de un tipo que asiste al entierro de su madre, y por encima de eso hay algo más o menos sutil pero de una fuerza tremenda que provoca una lectura, cuando menos, inquietante, y una reflexión posterior de la que pueden extraerse grandes o pequeñas conclusiones. En ese sentido, Disgrace es una novela aparentemente muy sencilla, pero de una profundidad terrible, que en ocasiones resulta más cómodo evitar. La crudeza con que está construida la historia, y que se mantiene presente en todo momento a través de los diálogos entre los personajes, es difícil de digerir sin más. Luego queda un poso, tras la lectura, que obliga a una reflexión sobre la naturaleza humana y las relaciones que creamos entre nosotros.

Es difícil aceptar que, aunque algunos se empeñen en sostener lo contrario, el ser humano es básicamente perverso y dañino. Ser una "buena persona" es algo verdaderamente difícil aunque uno tenga las mejores intenciones, y depende mucho más de circunstancias externas, o del mismo azar, que de nuestra voluntad. La vida, parece decirnos Coetzee, ya se encarga de destruir nuestras buenas intenciones de un modo u otro. O mostrar su inutilidad. O su ridiculez.

Y eso es básicamente lo que el lector se encuentra de frente, y traga poco a poco, y retiene con toda su amargura al leer Desgracia. Es, ciertamente, una novela dura y pesimista, pero al mismo tiempo, y ahí reside su grandeza y la razón de que Coetzee sea tan respetado por todos, la historia es subyugante, y atrapa desde el primer momento al lector más desconfiado. La fuerza de los diálogos y la sucesión de escenas, los personajes que muestran sólo lo justo e insinúan tan impecablemente el resto... todo crea una atmósfera muy especial desde las primeras páginas de la novela y se mantiene hasta el final sin altibajos.

Por eso, descubrir (¡por fin!) a Coetzee y quedar tan admirada me lleva a creer que esto es sólo el principio, y que seguro que pronto vuelvo a asomarme a su prosa, esta vez por decisión propia y verdadero interés.

3.15.2006

El año en que se escapó el león

El título de esta novela del argentino Carlos Sampayo (Editorial Norma, 2000) no parece, a primera vista, muy acertado, en tanto que la escapada de un animal salvaje del circo para adentrarse en la ciudad y aterrorizar a sus habitantes -y éste es, precisamente, el asunto que abre la trama de la novela- no es demasiado original ni especialmente atractivo. Sin embargo, el motivo inicial del animal perdido y asustado en la, llamémosla así, jungla urbana, se va complicando a partir de un contrapunto: León Ferrara, elegante carterista y experto bailarín de tango, cuya pericia en el oficio lo llevará a participar en una complicada operación de espionaje internacional. El escenario es el gran Buenos Aires de 1957, una ciudad llena de policías corruptos a las órdenes de militares que prohíben nombrar a Perón, exiliados de guerra, espías que no pueden permitirse tener sentimientos a pesar de criticar a aquellos para quienes trabajan...

Así, el león vagando por la ciudad es como una animalización metafórica de todos esos personajes sin rumbo cuya única meta es sobrevivir. Y poco a poco, como no podía ser menos en Buenos Aires, Casimiro, que así se llama el felino, se convierte en un mito al que nadie ha visto pero del que todo el mundo habla como si lo conociera de toda la vida. Es difícil no engancharse a la nostalgia irónica con que Sampayo narra las vicisitudes de los personajes y descubre en pocos trazos sus anhelos más secretos. Con esa misma ironía, el autor capta con finura los ambientos de pensión barata y comisaría sucia donde todo puede describirse mediante una letra de tango, que es la esencia de la vida, al menos de la de Buenos Aires en 1957. Aun así, o precisamente a causa de ello, la novela no pierde nunca la base real del momento histórico en que se sitúa: una ciudad donde se juntaron, efectivamente, criminales de guerra recién huidos de Europa con espías enviados para localizarlos y matarlos o enviarlos vivos de vuelta al viejo continente. Sampayo construye a partir de estos hechos una trama perfecta, con un ritmo muy vivo, muy rápido, y unos personajes inolvidables, desde León Ferrara, que se enamora perdidamente de una espía de ojos transparentes mientras Martita, su compañera de pensión, lo apremia para que se case y cumpla su sueño de tener dos lindos niños y una heladera repleta; hasta los comisarios Casares y Margarida, rivales y opuestos desde el colegio y cumplidores, cada cual a su manera, de su función en la sociedad.

Todos estos componentes del "Buenos Aires, bajos fondos" son tan luminosos y desafiantes -las respuestas del comisario Casares son pequeñas joyas arrabalescas- que los diálogos, y el estilo indirecto libre que se utiliza en la novela alternando las voces -incluida la del león Casimiro-, construyen una novela verdaderamente destinada a hacer disfrutar y reír, reír mucho, al lector.

3.10.2006

Carta del padre

Hace tiempo que tenía olvidado en una estantería el libro de cuentos Something out there (Penguin, 1984), de Nadine Gordimer, escritora sudafricana que ganó el Premio Nobel en 1991. A raíz de una entrevista en un suplemento dominical recordé el libro y lo rescaté de la estantería con poco entusiasmo. Hay algo dentro de mí que me provoca un inexplicable pero profundo hastío cuando se trata de abordar un Premio Nobel desconocido. Sin embargo, y quizá precisamente debido a la falta de expectativas con que empecé los cuentos de Gordimer, puedo decir que disfruté de sus pinceladas sutiles del paisaje sudafricano, y de un país que me queda ciertamente muy lejos.

Aun así, el relato que más me llamó la atención no está ambientado en la Sudáfrica que conoce, ama y lucha por mejorar la autora, sino que se trata de algo totalmente distinto: la carta que podría haber escrito Hermann Kafka en respuesta a la de su hijo. Este texto de Gordimer, titulado Letter from his father, resulta original e interesante porque yo misma, y muchísimos más seguramente, también nos hemos preguntado alguna vez cómo habría reaccionado el enérgico padre de Kafka a las acusaciones de su hijo en la carta que, como el resto de su obra, no llegó a quemar Max Brod.

En esa carta, Kafka hijo describe el abismo que separaba su propia personalidad, sus inquietudes, su naturaleza... de las de su padre, y cómo éste se esforzaba por corregirlas o enderezarlas para lograr convertirlo en un chico fuerte, seguro, emprendedor, es decir, alguien a su propia imagen y semejanza. Nada más lejos del débil, inseguro y sensible Franz, que se sintió constantemente humillado durante su infancia y toda su juventud, sobre todo durante las dos tentativas de matrimonio que acabaron fracasando por decisión suya.

La respuesta de Hermann Kafka que escribe Gordimer a todas las intrincadas acusaciones del hijo es, para empezar, bastante verosímil. Creo que la escritora consigue meterse en la piel del padre decepcionado que intenta defenderse de un hijo al que nunca comprendió a pesar de sus esfuerzos. En algunos momentos llega a ser divertida la simpleza con que narra varios momentos de la vida familiar y sus enfrentamientos con Franz, quien, según él, se describió a sí mismo mucho mejor de lo que nadie haría nunca mediante la figura del insecto en La Metamorfosis. Ese es el hijo inadaptado , que sufre constantemente, que se encierra y tiene miedo de no se sabe qué. Hermann Kafka se pregunta en más de una ocasión cómo es posible que a un hijo suyo no le guste inflarse de cerveza o comer hasta reventar, o que no se ría nunca de sus chistes.

Al final, una vez leída esta carta, se puede llegar a la conclusión de que a veces las personas, aunque compartan buena parte de sus genes, son sencillamente demasiado distintas como para siquiera esbozar un entendimiento mutuo, y mucho menos compartir los mismos placeres o angustias. Impresiona imaginar el sufrimiento que debieron de experimentar tanto el padre como el hijo a causa de esta incompatibilidad congénita que se convirtió en carencia a medida que pasaron los años. La carta del padre escrita por Gordimer es otra manera, bien original e interesante, de acercarnos de nuevo a Kafka, a quien, por supuesto, nunca hay que perder de vista.

3.02.2006

Rey Rosa y Bolaño, o el mito del buen salvaje

Por puro azar he leído casi al tiempo dos textos que se desarrollan entorno a una misma base argumental: el hombre que, por diversos motivos, decide apartarse de sus semejantes, refugiarse en la naturaleza y vivir de ella... lo cual, en ambos casos, conduce a una creciente misantropía y una enorme necesidad de soledad y aislamiento. Estos dos textos son la novela corta Lo que soñó Sebastián, de Rodrigo Rey Rosa, y el relato largo El gaucho insufrible, de Roberto Bolaño; ambos escritores latinoamericanos de la misma generación que cultivaron una amistad truncada por la muerte del segundo.

Los textos presentan, como es de esperar, grandes diferencias dentro del paralelismo básico argumental que he señalado. Lo que soñó Sebastián está situado en las tierras mayas de Guatemala, y El gaucho insufrible es uno de los pocos relatos de Bolaño sobre Argentina, y tal vez el mejor de los que he leído. En ambos casos la situación geográfica, política y social está muy presente a través de la tensión individuo-sociedad. Sebastián Sosa vive en medio de la selva tropical, entre animales que acechan por todas partes, sudores cálidos y mosquiteras... el ambiente es perfectamente comparable al que aparece en los cuentos de Horacio Quiroga, pero sin sus lentas descripciones. También los personajes, policías corruptos, sirvientes, cazadores sin ley, son claramente centroamericanos. El sol parece quemar cada página de Lo que soñó Sebastián, y el sopor de la siesta confunde sueño y realidad, vida y muerte, humillación y venganza... todo es como brumoso, sugerido, incierto.

Por su parte, El gaucho insufrible utiliza la situación de la última gran crisis económica argentina, a partir de la cual Héctor Pereda, prestigioso abogado porteño, decide irse a vivir a la Pampa. Pronto se acostumbra a cazar conejos para sobrevivir y contar con los silenciosos gauchos lugareños como única compañía en las llanuras inmensas. Ni Pereda ni Sosa extrañan la civilización, muy al contrario, la rehúyen cuando se ven obligados, muy a su pesar, a tomar con ella el mínimo contacto, y ya no reconocen como suyas las leyes humanas escritas o tácitas, necesarias para la convivencia en sociedad. Ambos son felices en su retiro, ya no piden ni esperan nada, sólo inmovilidad y quietud.

Es interesante reparar en el papel de las mujeres, que cumplen una doble función: por un lado, introducen una inesperada y breve relación sexual en la que ellas son la parte activa (es decir, tanto la india de El gaucho insufrible como María en Lo que soñó Sebastián aparecen, se ofrecen y luego se van tan tranquilas). Por otro lado, constituyen el antagonista de los personajes principales y masculinos: son los seres civilizados que acceden al mundo inmóvil y solitario para rechazarlo casi al momento. La joven y atractiva Véronique aguanta pocos días en casa de Sebastián, y la mirada asilvestrada de éste le produce un gran temor, y la criada de Pereda suelta un rotundo: "Cuando salgo de Buenos Aires noto que no soy la misma, y yo ya estoy muy mayor para cambiar".

En mi opinión, lo más llamativo e interesante de estos textos, ambos de una gran calidad narrativa, es el trazo de ese hombre solo que encuentra su lugar en el mundo en medio de la naturaleza, un falso locus amoenus cuya hostilidad es lo que le permite medir sus propias fuerzas, su integridad, y salir digno y orgulloso de su victoria.