1.23.2007

El libro negro

Decidí acercarme a la literatura de Ohran Pamuk empujada por los ecos del último Premio Nobel, otorgado a este escritor turco no sólo como reconocimiento a su carrera literaria, sino también por su lucha en favor de los derechos humanos. No sabía lo que iba a encontrar en este libro, pero ya desde las primeras páginas quedé fascinada por las historias que se tejen en torno al tema central: la búsqueda de la propia identidad. A la manera de los cuentos tradicionales de la literatura oriental, que España tan bien conoció gracias a la influencia árabe, en este Libro negro se mezclan los sueños imposibles con la realidad más dura y cotidiana, el pasado con el presente, las voces de los sabios maestros con los gritos de protesta de las nuevas generaciones... y así, la intriga que no cesa desde la primera página nos envuelva inmediatamente y nos lleva por un Estambul misterioso de callejuelas estrechas donde la belleza más pura se une a la corrupción más amarga. El guía de este viaje es Galip, un hombre básicamente enamorado de su mujer, que un día se encuentra abandonado por ella y decide salir a buscarla. Lo que en realidad persigue, no obstante, es su propia identidad a través de la indagación obsesiva de los escritos de Celâl, un hombre siempre en la sombra, siempre entre él y su mujer. Celâl es el "otro", ése a quien amamos y tememos y luchamos por olvidar, de quien huimos pero cuyo lugar deseamos usurpar. A veces, exigir al otro que descifre el sentido de nuestra vida puede empezar como un juego y acabar convirtiéndose en una pesadilla.

Mucho se ha escrito en literatura sobre la búsqueda de la propia identidad como anhelo de la máxima sabiduría y capacidad de decisión, como un posicionamiento definitivo del yo frente al mundo. Pamuk lo sabe y vuelca lo mejor de las tradiciones literarias de Oriente y Occidente para crear una novela hechizante a partir de la persecución del sentido secreto del propio rostro, cuyo descubrimiento cuesta a Galip lo que más quiere. Es decir, para acceder al conocimiento de nosotros mismos hay que aceptar la pérdida, la soledad, el dolor y la memoria. A cambio, siempre queda el consuelo de la escritura, que es, por supuesto, lo único tan sorprendente como la vida.

El libro negro es una novela-círculo, bien compleja, riquísima en matices y frases en las que es aconsejable detenerse y reflexionar porque siempre ocultan algo fascinante. Es una novela de secretos y verdades cuyas voces siempre van de la mano de una extrema sensibilidad alzada ya por el protagonista, ya por el coro de personajes que lo rodean incesantemente a lo largo de la historia. Todas las finas capas o niveles narrativos que componen la novela están en constante movimiento, se complementan unos a otros y producen una sensación de asombrosa simultaneidad: el juego de cajas o espejos tan finamente dispuesto por las mejores obras de la literatura oriental (comenzando por Las Mil y una noches) se muestra aquí en todo su esplendor. No es de extrañar, pues, que el lector atento y propenso a la reflexión creativa como parte del juego literario sea aquí un invitado de honor. Pamuk conduce con extraordinaria maestría el flujo activo entre ambas partes por acuerdo tácito, y cada frase de este Libro negro es una ofrenda de placer y una demostración de brillante inteligencia desde la humildad, como muy pocos autores saben hacer hoy día. Ojalá este Premio Nobel 2006 sirva para que las novelas de Pamuk den una lección a la literatura occidental, generalmente tan replegada en sí misma, alimentándose de sus propias cosechas, entronada en sus logros e incapaz de ver más allá de su territorio.

1.07.2007

Historia del rey transparente

De vez en cuando leo algún artículo de Rosa Montero y siempre acabo pensando que cuando no se pone estupenda, puede escribir bien, e incluso llega a resultar interesante. Es difícil definir qué entiendo por "ponerse estupenda", ya que se trata de algo, aunque fácilmente reconocible, muy subjetivo, pero creo que podría explicarlo basándome en los conceptos de tono o voz narrativa. Rosa Montero suele utilizar la primera persona, tanto en sus novelas de ficción como en sus artículos, y es una voz que está siempre orgullosa de su individualidad, que no intenta diluirse en la omnisciencia sino que, bien al contrario, busca una constante afirmación objetiva a partir de su propia subjetividad. Del yo a los otros, podríamos decir, pero de modo unidireccional. Y es en ese proceso cuando la voz en primera persona se sitúa medio tono por encima del coro, y Rosa Montero se hincha, se exalta, se acaba poniendo estupenda y estropeando las buenas intenciones y las interesantes historias de las que parte en sus libros. Cuando nos avisa desde un principio de que va a hablar de ella o de lo que a ella más le conviene o importa (normalmente, algo relacionado con la feminidad en cualquiera de sus variantes) utilizando la proyección a la que antes me refería, ya podemos hacernos a la idea de que vamos a enfrentarnos a una narración personal y subjetiva. Aceptamos la voz y la imponente personalidad de la autora, nos acomodamos a ella y dejamos que nos guíe por su pasado, su presente, su realidad y sus miedos. Es lo que ocurría, por ejemplo, en La loca de la casa (Alfaguara, 2002). El problema aparece cuando, en un escenario y un tiempo muy lejanos, como aquellos en los que se sitúa la Historia del rey transparente (Alfaguara, 2005), no dejamos de escuchar la voz de Rosa Montero aunque pretenda camuflarse detrás de Leola, la heroína medieval de la novela. Leola es una joven que se presenta al lector de este modo:

"Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas maravillosas"

Con esta declaración ya nos queda claro desde el principio que, por encima de las historias contadas o el ambiente creado, siempre a caballo entre fantasía y realidad y muy bien definido, no dejaremos de escuchar la voz de Rosa Montero afirmando su individualidad, sus principios, su coherencia. Y, de paso, su orgullo de ser mujer. Ahí es cuando digo que se pone estupenda, lo cual estropea irremediablemente el relato por muy interesante que éste resulte y por muy bien contruido que esté. Así, la Historia del rey transparente, a pesar de los cátaros, el Fino Amor o las intrigas entre caballeros, temas absolutamente fascinantes, me ha parecido una novela totalmente prescindible por culpa de su omnipresente autora. Me habría gustado mucho más, por ejemplo, leer un ensayo sobre la explosión de modernidad y libertad que, como bien indica Rosa Montero en el apéndice de la obra, tuvo lugar en los siglos XII y XIII y constituyó el verdadero motor social y cultural de lo que luego conoceríamos como Renacimiento, ya a finales del siglo XV. Es verdad que la aparición de las ciudades, el refinamiento provenzal y la inusitada importancia que adquirió la mujer caracterizaron ese período trepidante y extraordinario de la historia en el que siempre es un placer sumergirse, y la energía que derrocha la escritora a la hora de entusiasmar al lector para aproximarlo a ese mundo es admirable. Sin embargo, todo este conocimiento volcado en la novela y estratégicamente dosificado a lo largo de la historia con fines instructivos no es suficiente para suavizar esa voz ya de por sí todopoderosa y que, al aparecer en primera persona, resulta aún más evidente. En ningún caso la documentación histórica, por muy rigurosa y brillante que sea, puede salvar una novela, y ésta no es una excepción. Por eso creo que Rosa Montero debería haber enfocado la escritura de este libro como lo que realmente es: una visión personal, rigurosa e inteligente de la mujer en la Edad Media.