7.10.2019

Historias que no se contaron

He escrito un libro y Editorial Siete Pisos lo ha publicado. 


A través de la voz de Ana, una madre que lee y escribe, Historias que no se contaron dialoga con otras voces de autoras que, de uno u otro modo, han tratado las ambivalencias de la maternidad. Así, las obras de Lydia Davis, Lorrie Moore, Mary Karr, Edna O’Brien, Katherine Anne Porter, Maggie O’Farrell o Barbara Comyns se mezclan con el relato cotidiano de Ana y tratan de buscar respuestas y consuelo ante cuestiones como el sentimiento de culpa, la conciliación entre el trabajo creativo y el trabajo doméstico, la soledad o la incomunicación. De esta forma van surgiendo historias que han permanecido más o menos soterradas en la tradición literaria, quizá porque el canon las ha despreciado, quizá porque las que debían escribirlas no tuvieron tiempo para hacerlo.

Gracias a todas ellas, a todas las escritoras que se atrevieron a hablar sobre la soledad de las mujeres, las ambivalencias de la maternidad, la dificultad de estas a la hora de relacionarse con sus hijos, la frustración de la vida familiar o las mentiras de la conciliación entre el trabajo creativo y el trabajo doméstico. Y gracias también a las otras, las que me inspiraron de algún modo y sin saberlo la escritura de este libro. 

Gracias a todas. 

  

6.12.2019

20 años de Minúscula

En estos días en que Minúscula cumple veinte años, he recordado cómo me sorprendieron sus libros cuando los vi por primera vez. Por entonces muy poca gente hacía libros tan breves, tan pequeños, tan cómodos de llevar en el bolsillo grande de la chaqueta (una verde que parecía hecha a la medida de la editorial).

El primer libro que compré fue Crónicas berlinesas, de Joseph Roth. Por entonces devoraba a Roth. Unos años más tarde, me reí muchísimo leyendo El papel de mi familia en la revolución mundial, de Bora Cosic, y descubrí a la maravillosa Marina Tsvietáieva gracias a Viva voz de vida

Pero no fue hasta después de tener a mi primera hija cuando realmente exprimí el catálogo de Minúscula. Cuando ya me sentía capaz de leer un rato por las noches antes de caer rendida, decidí emprender el "proyecto Minúscula", que consistía en pedir todos los libros de la editorial que había en las bibliotecas de la ciudad y leerlos en ese ratito. Luego escribía unas notas en un cuaderno para no olvidarme de aquellas historias. Necesitaba libros breves pero inmensos, destellos brillantes en las noches terribles. El eficiente préstamo interbibliotecario barcelonés permitió que me adentrara en la colección Alexanderplatz, que por entonces era la que más me interesaba. Así, descubrí a autores maravillosos como Irmgard Keun (cuyos libros ahora se reeditan), Marie Luise Kaschnitz o Franz Werfel. 

Al cabo de un año o así, el proyecto terminó junto con las existencias de Minúscula en las bibliotecas y yo, más entera y concentrada, pude ampliar mi abanico de lecturas. Aun así, siempre recordaré lo mucho que significaron para mí aquellos libros en aquel momento, porque me permitieron recuperar un pedacito de mí, de aquella lectora que había sido hasta antes del parto y a la que tanto echaba de menos. 

He seguido leyendo a Minúscula y hace poco descubrí Chilean Electric, de Nona Fernández o la extraordinaria obra de Shirley Jackson, ambas reseñadas aquí. Agradezco, pues, a Minúscula su preciosa labor, que tantos buenos momentos me ha dado, que tan buenos libros me ha metido en el bolsillo de la chaqueta. 




6.05.2019

Poemas de la vida interior

He leído estos Poemas de la vida interior escritos por Lizzie Doten (1829-1913) y publicados por la Editorial Wunderkammer en una edición preciosa, y he podido acercarme a la figura de esta gran mujer, una mujer que tenía las cosas asombrosamente claras. Convencida de que en las profundidades misteriosas de la vida interior todas las almas pueden estar en comunión con esos seres invisibles que nos acompañan a lo largo del tiempo, Doten recitaba y escribía poemas revelados por espíritus cuyas emociones, desde muy pequeña, en el retiro de un pequeño armario que había en su casa, aprendió a captar y expresar. 

Así, Doten recita y escribe bajo la influencia de Edgar Allan Poe, Shakespeare o Robert Burns (y a veces, como el caso de Shakespeare, confiesa que no le gusta nada sentir al espíritu en cuestión rondándole) poemas que dialogan con los de sus predecesores, en un brillante ejercicio de intertextualidad que debemos a esa "vida interior". En ella, según Doten, se encuentra una fuente de inspiración y sabiduría que, tratada de la forma correcta, proporcionará a cada individuo incontables satisfacciones. 

Me han gustado mucho estos poemas llenos de fuerza y dolor, donde lo mismo se explica la agonía del gran Poe (el cual, seguro, habría admirado la obra de Doten) que se aconseja a las jovencitas que no se fíen de los caballeros que les sueltan cualquier latinajo para impresionarlas, por muy romántico que este suene. También me ha gustado mucho leer la conferencia "Los misterios de la piedad", que impartió Doten en su día y que acompaña a estos poemas. En ella, la autora muestra una espiritualidad muy libre, nos habla sobre el alma humana y la responsabilidad personal en nuestra relación con Dios, la Providencia el Destino, da igual como queramos llamarlo. Una persona que posa el pie firme en el suelo y dice "Puedo y lo haré" está demostrando su fe en Dios y podrá resolver los misterios del mundo terrenal. Una persona que duda y confía en que todo le vendrá dado, no será capaz de entender nada. La fe en el exterior empieza con la fe en uno mismo, nos dice Doten. Su visión está muy ligada a la del poeta visionario tan característica del Romanticismo y el Simbolismo y, sin embargo, ella la personaliza y la hace accesible a todo el mundo, y ahí reside su originalidad avant la lettre. Doten hace gala de una coherencia asombrosa para la época y las circunstancias en las que vivió...Quizá ella ya sabía que, más de un siglo después, aún tendría lectores con cuyos espíritus atentos podría establecer brillantes complicidades. 

Lizzie Doten, Poemas de la vida interior, Editorial Wunderkammer, 2017, 196 páginas. 


5.29.2019

La muerte de Ivan Ilich

Tolstoi escribió esta novela en 1886, la historia de un hombre que se muere poco a poco y se da cuenta de lo absurda que ha sido su vida, llena de convencionalismos y luchas de poder por alcanzar un mejor puesto de trabajo, embrutecida por un matrimonio sin amor y dos hijos que llegaron porque llegaron. Ilich consigue todos los objetivos que se había propuesto en su juventud y, sin embargo, pronto se da cuenta de que los esfuerzos y sacrificios realizados para conseguir todo eso han sido en vano. Porque se siente vacío, infeliz, frustrado. 

Cuando uno vive de cara a los demás acaba enfrentándose a su muerte vacío y desesperado, nos dice Tolstoi, quien describe magistralmente la angustia que invade al protagonista desde que empieza a rondarle la idea de la muerte (con un pequeño dolor sin importancia)  hasta que agoniza después de un largo y tortuoso sufrimiento. No hay consuelo ni distracción en ese tiempo de espera en el que ella, la muerte, lo invade todo. 

La angustia surge cuando nos detenemos a contemplar lo que somos, lo que hemos construido, y nos damos cuenta de que solo nos hemos preocupado por lo que se espera de nosotros (por el "decoro", palabra en desuso que designa, sin embargo, un concepto muy vigente). 

Si nacemos y morimos solos, será que habremos de cuidar nuestra soledad, no perderla de vista y quizá, así, la muerte no nos resulte tan trágica como a Ivan Ilich. Quizá él, de haberla tenido presente, habría muerto en paz.  

Una novela muy adecuada para la crisis de los cuarenta, de la mediana edad o, en general, cualquier tipo de crisis. 

La muerte de Ivan Ilich, Nórdica Libros, 2019, 160 páginas. 


5.21.2019

La revolución de las flâneuses

Hace poco descubrí el fascinante catálogo de la Editorial Wunderkammer y me decidí a leer este delicioso ensayo, que forma parte de la colección Cahiers: La revolución de las flâneuses, de Anna Maria Iglesia. El libro aborda el tema de la mujer como paseante y ocupante del espacio público, de esa ciudad moderna que se construye mediante la observación, el caminar sin rumbo y el posterior relato de lo vivido. "Caminar es formar parte de ese relato llamado ciudad", apunta Iglesia. 

En el siglo XIX, en una ciudad como París, las mujeres no podían pasear libremente por la ciudad sin que su honra, su dignidad, se pusieran rápidamente en entredicho. Solo las prostitutas ocupaban la calle, aunque ellas, claro está, tampoco eran libres. Caminar sola sin un objetivo, solo por el placer de salir y observar, era entonces impensable. En el siglo XX las cosas no eran muy distintas. El espacio público de las ciudades seguía regido por códigos de conducta muy estrictos para las mujeres, tanto que apenas las dejaban ser sujetos de observación en vez de objetos. Sin embargo, ya se oían voces que reclamaban el derecho de la mujer a poder intervenir en ese espacio público, tomar la palabra para poder pasar de la calle a la tribuna y hacer oír su voz.

Artistas como Mary Cassatt y Edward Hopper o escritoras como Edith Wharton y Virginia Woolf abordaron esta cuestión con el fin de reclamar ese espacio para las mujeres. Woolf explicaba de manera muy explícita que ver a una mujer paseando sola por Londres significaba que esta estaba sexualmente disponible. Solo unas pocas se atrevieron a transgredir los límites sociales, morales y económicos (con consecuencias a veces durísimas, como en el caso de Flora Tristán) para salir a caminar sin rumbo, libres, y construir así su propio relato. 

La revolución de las flâneuses es un ensayo precioso, bien armado y lleno de rigor, cuyas palabras finales constituyen un bello canto a la libertad de pasear y observar el mundo con nuestros propios ojos para luego contarlo: "Necesitamos ser, volver a ser, flâneuses. Debemos seguir siendo paseantes incómodas". Que no se nos olvide nunca.  

La revolución de las flâneuses,     Editorial Wunderkammer, 2019, 160 páginas. 


5.13.2019

Me llamo Lucy Barton

He descubierto por casualidad esta novela de Elizabeth Strout, que publicó en español hace un tiempo Duomo Ediciones. Me ha gustado mucho la voz de la narradora, Lucy, que basándose en sus recuerdos nos narra varios episodios de su vida a partir de una estancia en el hospital. Sola en su habitación, separada de su marido y sus hijas pequeñas, a los que apenas ve, se dedica a contemplar desde la ventana a la gente que pasea por las calles de Nueva York, el edificio Chrysler de enfrente, iluminado de noche. Hasta que llega su madre para quedarse unos días a su lado. Hace años, quizá demasiados, que ambas no se ven. Entonces Lucy, a partir de las conversaciones con ella (febriles, lacónicas, a veces frustrantes), reconstruye sus recuerdos de la infancia, una infancia marcada por la pobreza y la soledad. El mito del paraíso perdido pierde aquí toda su razón de ser. La infancia puede ser un lugar terrible, nos explica la narradora con una lucidez que rechaza recrearse en el dolor a destiempo. 

Me gusta cómo Luce describe sin juzgar a sus padres, una pareja terriblemente cerrada, incapaz de expresar sus sentimientos, acostumbrada a perpetuar la miseria sobrevenida a lo largo de generaciones. También me gusta cómo indaga en sus recuerdos, de una manera incisiva y libre, sin juzgarse tampoco a sí misma. La protagonista intenta ser precisa pero, a la vez, deja un poso de ambigüedad para que el lector imagine lo que queda y lo haga suyo, para participar así en ese proceso de reconstrucción que supone indagar en la memoria de nuestro pasado.  

Todos los escritores tienen una historia, solo una, que cuentan de muchas maneras, dice Lucy Barton. La suya es esa, la historia de esa madre y de esa hija, y de cómo se reencontraron aquellos días en el hospital, y de cómo fueron incapaces de demostrarse la una a la otra a lo largo de sus vidas cuánto se querían. 

Me llamo Lucy Barton, Duomo Ediciones, 2016, 224 páginas.


5.08.2019

Muy lejos de Kensington

Muy lejos de Kensington es quizá la novela más radiante de Muriel Spark, la escritora por excelencia de las fuerzas oscuras. Es un historia clara y optimista, una reflexión en un tono tranquilo y, muchas veces, divertido sobre el uso responsable que cada uno hace de su pasado para poder transitar el presente e iluminar el futuro. Es una novela cuya lectura produce un gran alivio, donde ni siquiera los peores augurios (y la presencia de la muerte) o el cruel castigo del insomnio (contemplado aquí como "esas dulces horas nocturnas que una pasa despierta"), consiguen minar la voluntad de la señora Hawkings.

La protagonista de esta historia narra en primera persona cómo se va desprendiendo, sin prisa pero con determinación, de todas las cargas que la oprimen. Pierde peso, deja de intentar resolver los problemas de todos aquellos que, confiados porque la conocen, le piden ayuda, abandona poco a poco su actitud maternal y usa las huellas del maltrato de su última relación no para que estas ensucien una nueva, sino para establecer en ella unas dinámicas sanas desde el principio. Para que no le vuelva a pasar lo mismo. La señora Hawkings aprende de sus errores, algo que a la mayoría de los mortales nos cuesta mucho. Pero aquí, en este libro, que utiliza en su propio beneficio los recursos de los libros de autoayuda y las novelas de misterio para hacer algo realmente interesante, tenemos un gran ejemplo.

Así, la señora Hawkings se transforma en Nancy sin perder por el camino ni un ápice de su honestidad. Se trata de un personaje tan íntegro y tan agudo que resulta, ciertamente, maravilloso. Esta novela muestra una vez más que Muriel Spark es una escritora muy preocupada por los principios morales que deben guiar la obra literaria, así como por la relación entre la verdad, la mentira y la ficción. Muy lejos de Kensington trata de todo aquello que nos pasa cuando decimos la verdad en voz alta, y de cómo sobrevivir a las consecuencias de esta práctica (a veces muy duras) y lidiar con aquellos que se empeñan en lo contrario, es decir, en ocultar la verdad y guiarse por las mentiras. Todo ello a base de consejos variados y certeros sobre todo tipo de cuestiones vitales. 

Muy lejos de Kensington, La bestia equilátera, 2012, 256 páginas.