5.29.2019

La muerte de Ivan Ilich

Tolstoi escribió esta novela en 1886, la historia de un hombre que se muere poco a poco y se da cuenta de lo absurda que ha sido su vida, llena de convencionalismos y luchas de poder por alcanzar un mejor puesto de trabajo, embrutecida por un matrimonio sin amor y dos hijos que llegaron porque llegaron. Ilich consigue todos los objetivos que se había propuesto en su juventud y, sin embargo, pronto se da cuenta de que los esfuerzos y sacrificios realizados para conseguir todo eso han sido en vano. Porque se siente vacío, infeliz, frustrado. 

Cuando uno vive de cara a los demás acaba enfrentándose a su muerte vacío y desesperado, nos dice Tolstoi, quien describe magistralmente la angustia que invade al protagonista desde que empieza a rondarle la idea de la muerte (con un pequeño dolor sin importancia)  hasta que agoniza después de un largo y tortuoso sufrimiento. No hay consuelo ni distracción en ese tiempo de espera en el que ella, la muerte, lo invade todo. 

La angustia surge cuando nos detenemos a contemplar lo que somos, lo que hemos construido, y nos damos cuenta de que solo nos hemos preocupado por lo que se espera de nosotros (por el "decoro", palabra en desuso que designa, sin embargo, un concepto muy vigente). 

Si nacemos y morimos solos, será que habremos de cuidar nuestra soledad, no perderla de vista y quizá, así, la muerte no nos resulte tan trágica como a Ivan Ilich. Quizá él, de haberla tenido presente, habría muerto en paz.  

Una novela muy adecuada para la crisis de los cuarenta, de la mediana edad o, en general, cualquier tipo de crisis. 

La muerte de Ivan Ilich, Nórdica Libros, 2019, 160 páginas. 


5.21.2019

La revolución de las flâneuses

Hace poco descubrí el fascinante catálogo de la Editorial Wunderkammer y me decidí a leer este delicioso ensayo, que forma parte de la colección Cahiers: La revolución de las flâneuses, de Anna Maria Iglesia. El libro aborda el tema de la mujer como paseante y ocupante del espacio público, de esa ciudad moderna que se construye mediante la observación, el caminar sin rumbo y el posterior relato de lo vivido. "Caminar es formar parte de ese relato llamado ciudad", apunta Iglesia. 

En el siglo XIX, en una ciudad como París, las mujeres no podían pasear libremente por la ciudad sin que su honra, su dignidad, se pusieran rápidamente en entredicho. Solo las prostitutas ocupaban la calle, aunque ellas, claro está, tampoco eran libres. Caminar sola sin un objetivo, solo por el placer de salir y observar, era entonces impensable. En el siglo XX las cosas no eran muy distintas. El espacio público de las ciudades seguía regido por códigos de conducta muy estrictos para las mujeres, tanto que apenas las dejaban ser sujetos de observación en vez de objetos. Sin embargo, ya se oían voces que reclamaban el derecho de la mujer a poder intervenir en ese espacio público, tomar la palabra para poder pasar de la calle a la tribuna y hacer oír su voz.

Artistas como Mary Cassatt y Edward Hopper o escritoras como Edith Wharton y Virginia Woolf abordaron esta cuestión con el fin de reclamar ese espacio para las mujeres. Woolf explicaba de manera muy explícita que ver a una mujer paseando sola por Londres significaba que esta estaba sexualmente disponible. Solo unas pocas se atrevieron a transgredir los límites sociales, morales y económicos (con consecuencias a veces durísimas, como en el caso de Flora Tristán) para salir a caminar sin rumbo, libres, y construir así su propio relato. 

La revolución de las flâneuses es un ensayo precioso, bien armado y lleno de rigor, cuyas palabras finales constituyen un bello canto a la libertad de pasear y observar el mundo con nuestros propios ojos para luego contarlo: "Necesitamos ser, volver a ser, flâneuses. Debemos seguir siendo paseantes incómodas". Que no se nos olvide nunca.  

La revolución de las flâneuses,     Editorial Wunderkammer, 2019, 160 páginas. 


5.13.2019

Me llamo Lucy Barton

He descubierto por casualidad esta novela de Elizabeth Strout, que publicó en español hace un tiempo Duomo Ediciones. Me ha gustado mucho la voz de la narradora, Lucy, que basándose en sus recuerdos nos narra varios episodios de su vida a partir de una estancia en el hospital. Sola en su habitación, separada de su marido y sus hijas pequeñas, a los que apenas ve, se dedica a contemplar desde la ventana a la gente que pasea por las calles de Nueva York, el edificio Chrysler de enfrente, iluminado de noche. Hasta que llega su madre para quedarse unos días a su lado. Hace años, quizá demasiados, que ambas no se ven. Entonces Lucy, a partir de las conversaciones con ella (febriles, lacónicas, a veces frustrantes), reconstruye sus recuerdos de la infancia, una infancia marcada por la pobreza y la soledad. El mito del paraíso perdido pierde aquí toda su razón de ser. La infancia puede ser un lugar terrible, nos explica la narradora con una lucidez que rechaza recrearse en el dolor a destiempo. 

Me gusta cómo Luce describe sin juzgar a sus padres, una pareja terriblemente cerrada, incapaz de expresar sus sentimientos, acostumbrada a perpetuar la miseria sobrevenida a lo largo de generaciones. También me gusta cómo indaga en sus recuerdos, de una manera incisiva y libre, sin juzgarse tampoco a sí misma. La protagonista intenta ser precisa pero, a la vez, deja un poso de ambigüedad para que el lector imagine lo que queda y lo haga suyo, para participar así en ese proceso de reconstrucción que supone indagar en la memoria de nuestro pasado.  

Todos los escritores tienen una historia, solo una, que cuentan de muchas maneras, dice Lucy Barton. La suya es esa, la historia de esa madre y de esa hija, y de cómo se reencontraron aquellos días en el hospital, y de cómo fueron incapaces de demostrarse la una a la otra a lo largo de sus vidas cuánto se querían. 

Me llamo Lucy Barton, Duomo Ediciones, 2016, 224 páginas.


5.08.2019

Muy lejos de Kensington

Muy lejos de Kensington es quizá la novela más radiante de Muriel Spark, la escritora por excelencia de las fuerzas oscuras. Es un historia clara y optimista, una reflexión en un tono tranquilo y, muchas veces, divertido sobre el uso responsable que cada uno hace de su pasado para poder transitar el presente e iluminar el futuro. Es una novela cuya lectura produce un gran alivio, donde ni siquiera los peores augurios (y la presencia de la muerte) o el cruel castigo del insomnio (contemplado aquí como "esas dulces horas nocturnas que una pasa despierta"), consiguen minar la voluntad de la señora Hawkings.

La protagonista de esta historia narra en primera persona cómo se va desprendiendo, sin prisa pero con determinación, de todas las cargas que la oprimen. Pierde peso, deja de intentar resolver los problemas de todos aquellos que, confiados porque la conocen, le piden ayuda, abandona poco a poco su actitud maternal y usa las huellas del maltrato de su última relación no para que estas ensucien una nueva, sino para establecer en ella unas dinámicas sanas desde el principio. Para que no le vuelva a pasar lo mismo. La señora Hawkings aprende de sus errores, algo que a la mayoría de los mortales nos cuesta mucho. Pero aquí, en este libro, que utiliza en su propio beneficio los recursos de los libros de autoayuda y las novelas de misterio para hacer algo realmente interesante, tenemos un gran ejemplo.

Así, la señora Hawkings se transforma en Nancy sin perder por el camino ni un ápice de su honestidad. Se trata de un personaje tan íntegro y tan agudo que resulta, ciertamente, maravilloso. Esta novela muestra una vez más que Muriel Spark es una escritora muy preocupada por los principios morales que deben guiar la obra literaria, así como por la relación entre la verdad, la mentira y la ficción. Muy lejos de Kensington trata de todo aquello que nos pasa cuando decimos la verdad en voz alta, y de cómo sobrevivir a las consecuencias de esta práctica (a veces muy duras) y lidiar con aquellos que se empeñan en lo contrario, es decir, en ocultar la verdad y guiarse por las mentiras. Todo ello a base de consejos variados y certeros sobre todo tipo de cuestiones vitales. 

Muy lejos de Kensington, La bestia equilátera, 2012, 256 páginas.