7.28.2005

El lado frío de la almohada

Este es mi primer acercamiento a la literatura de Belén Gopegui, y me ha sorprendido. No la esperaba así, quizá porque tenía en mente aquella insulsa película, Las razones de mis amigos, basada en la novela La conquista del aire (1998), de la propia autora, en cuyo guión colaboró.
Mi principal problema al leer El otro lado de la almohada ha sido que, como me ocurre otras muchas veces con los libros de espías y contraespías, tengo la sensación de que no alcanzo a asimilar completamente los entresijos y la vertiginosa sucesión de tejemanejes que ofrece la trama, por lo que acabo creyendo que me he perdido una parte importante del argumento y que no puedo, por tanto, disfrutar y apreciar la novela en toda su complejidad. Con El otro lado de la almohada he tenido un poco esta inquietante sensación de que todo el mundo corría más que yo, aunque el final, claro y bien planteado, me hace pensar que sí he captado bien los matices. Porque no es una novela fácil. No hay concesiones al lector, ni perífrasis ni descansos. Hay, en cambio, mucha terminología política sin azucarar, y eso me gustó. Porque así la lectura que exige la novela es mucho más detenida, más elaborada. También me gustó la relación que se establece entre los dos protagonistas; Laura Bahía y Philip Hull. Gopegui consigue, corriendo cortinas continuamente, que el lector imagine el deseo, siempre sugerido, nunca mostrado. Y de ahí, el amor, pero antes de que este alcance a tomar cuerpo, nos precipitamos en el final de la historia.
No me han gustado las cartas de Laura insertadas en la novela, pero no ensambladas en ella. Están ahí como forzadas, pendientes, se oyen falsas. Algunas son muy bellas, pero no casan bien con el personaje que nos presenta un narrador omnisciente parco y riguroso.
Las críticas que he leído coinciden en elogiar la valentía con la que Gopegui aborda en este libro el sentido y la vigencia de la Revolución cubana. Cuando todo son hoy día voces que denigran la situación política de este país y reclaman el final del castrismo, es interesante leer cómo la autora reivindica el derecho de aprovechar y reconocer las cosas buenas del régimen –que las hay-, y no caer en el prejuicio occidental de que toda democracia capitalista es, por definición, el mejor régimen político que puede tener un país. Por eso a mí también me ha parecido una novela valiente, y brillante dentro de su amarga melancolía.

7.23.2005

El vano ayer

próximamente a través de www.palabrablanca.com

Empiezo el cuaderno hablando de un gran libro, El vano ayer, de Isaac Rosa. Hacía mucho tiempo que no me encontraba con una buena novela del tipo polifónico, de las que a mí tanto me gustan. Muchas voces que se entrecruzan, textos que hablan, se preguntan y se responden, recortes, elipsis, superposiciones, espejos falsos y deformaciones por todas partes, para que el lector se encargue de construir y re-crear la historia. Y así, la novela sobre la represión franquista se convierte en mucho más.
Bien cargada de ironía (que deriva en ocasiones hacia el humor negro, para huir de la melancolía que implica tratar ciertos temas, como la tortura), la novela provoca unas veces risas y otras la impotencia y la vergüenza ante un pasado que aún no ha sido superado (¿lo será alguna vez?). Por eso es bueno leer libros como El vano ayer, que aparte de permitir el ejercicio de lector activo, reactivan un poco la capacidad crítica. Sobre todo, para no acabar cediendo a la manipulación de unos años y unos hechos que tantos se empeñan en llevar a cabo. También para no confundir, por ejemplo, la edulcoración nostálgica del Cuéntame con la realidad de lo que sucedió en los cuarenta años de régimen franquista.
La polifonía de Isaac Rosa sirve para cargarse (o al menos desestabilizar) los esquemas preconcebidos y los tópicos que muchas veces llevamos dentro sin darnos cuenta: los echa abajo sin contemplaciones para que volvamos a construir una mirada enfocada desde muchos ángulos y puntos de vista al mismo tiempo. Falta, de todos modos, alguna voz de un policía al que no le guste torturar. Porque no todos lo hacían, y no a todos les gustaba. Y en el libro, los policías que se dejan oír parecen estar convencidos de que torturar es necesario e incluso beneficioso para la higiene de la sociedad. El único personaje que parece que se hizo policía sólo porque era el único modo de salir de la miseria de su pueblo, y no porque le gustara el trabajo de encarcelar y dar su merecido a los subversivos, ése acaba herido (de manos, precisamente, de un subversivo). No me parece nada ecuánime.
Aparte de este matiz, el resto de voces que oímos son variadas e interesantes: estudiantes, profesores, anarquistas, franquistas y antifranquistas, todas ellas firmes, bien moduladas.
Hay que mencionar la mejor escena del libro: cuando el protagonista y pretexto, Julio Denis (inquietante homónimo del Cortázar de Presencia) sale de un bar borracho y empieza a divagar por Madrid como si fuera el exótico paraíso de Chin-Chin y acaba en un bar de mala muerte en manos de una maternal prostituta. En momentos como éste es donde se aprecia la calidad literaria de un escritor, y éste tiene mucha. En fin, leer a Isaac Rosa ha sido todo un descubrimiento, un placer inesperado.