11.25.2005

El último lector

Piglia escribe en el epílogo de este proyecto de autobiografía ficticia (también describe así el conjunto de textos que componen Formas breves, reseñado aquí):

"Mi propia vida de lector está presente y por eso este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito"
(p.190 en la edición de Anagrama, 2005)

Más que una historia de la lectura o del papel del lector en la literatura, lo cual seguiría el camino trazado hace ya muchos años por las escuelas de la Estética de la Recepción, El último lector repasa algunos momentos del acto de leer dentro mismo de la literatura. Así, por ejemplo, vemos a Anna Karenina con su linterna y su manta, acomodada en el tren y sumergida en una novela inglesa (es verdad que los trenes, más que cualquier otro medio de transporte, incitan a la lectura), o nos adentramos en la escena de la despedida de Bloom y Molly en el Ulysses, cuando ella lee tras haber sido infiel a su marido. Piglia también recurre a una figura asidua en sus divagaciones, Franz Kafka, y otra mítica, Ernesto "Che" Guevara, para retratar dos vidas tan distintas y sin embargo tan paralelas en algo fundamental: ambos entienden el sentido posible de sus vidas a través del texto, uno al escribir, otro al leer. Lo mismo que muchos personajes literarios, cuyo extremo caricaturesco estaría representado por Don Quijote y Emma Bovary en lo referente a la lectura de novelas. Estos dos personajes representarían el punto en que la lectura se convierte en algo peligroso:
"el que lee ha quedado marcado, (...) quiere alcanzar la intensidad que encuentra en la ficción" (p.143)

Dejando a un lado esta confusión extrema entre realidad y ficción y contemplada en ambos casos como una forma de demencia, lo que Piglia intenta defender en este libro, y de ahí quizá su afirmación de que se trata de su texto más íntimo, es lo que ya dejó trazado Alberto Manguel de forma bien sencilla en su "ensayo sobre las palabras y el mundo" titulado En el bosque del espejo (Alianza, 2001). Manguel enfocaba ahí la lectura como posibilidad de formarse una coherencia del mundo (por muy difícil que sea de alcanzar, o vislumbrar siquiera en ocasiones), es decir, cree en la existencia de una ética de la lectura, una responsabilidad que debemos poner cada uno de nosotros como receptores cada vez que extraemos una conclusión, un aprendizaje, un placer, de un libro. Un compromiso, como diría Sartre.

Es cierto que Piglia no aporta prácticamente ninguna idea nueva, y tampoco lo pretende. Lo que resulta interesante, y él lo sabe y lo explora, es su facilidad para acercarse a las figuras sagradas de la ficción literaria para dialogar y experimentar con ellas, en una especie de ejercicio de ensalzamiento y desmitificación a la vez que da mucho juego, y es sano, es estimulante y divertido. Siempre es bueno leer a Piglia, aunque sea simplemente por tener un rato de conversación amena.

11.24.2005

Puras mentiras

Me acerqué a esta novela con el recuerdo de la buenísima impresión que me dejó un cuento que leí hace poco del mismo autor, el argentino Juan Forn. El cuento se llamaba "El karma de ciertas chicas" y puede leerse en www.literatura.org/Forn/Karma.html

Me gustó por la frescura (en todos los sentidos)de la voz del narrador; el estilo indirecto libre está tan bien construido que no pude sino reconocer que el tipo protagonista resultaba encantador a pesar de que, objetivamente, se acercaba más a la categoría de chulo asqueroso. En fin, dejo a un lado este aspecto tan peliagudo y paso a hablar de la novela Puras mentiras (Alfaguara, 2001) que, simplemente, me ha decepcionado por varias razones que expongo a continuación. Así como el cuento está perfectamente estructurado y el discurso narrativo permanece en tensión continua, lo cual mantiene el interés y la sonrisa del lector a lo largo de todo el texto, esta novela es descaradamente irregular: contiene fragmentos buenos o quizá medio interesantes, pero hay otros muchos que sobran, se desparraman, se diluyen y acaban aburriendo sobremanera. Da la impresión de que Forn se pierde por momentos y algunas veces le cuesta mucho volver al camino, abrir de nuevo la marcha. La relación entre los protagonistas de la novela, una lolita llamada Nieves y el deprimente Zavala, no acaba de funcionar. No se sabe bien qué es lo que los une tan irremediablemente, por qué no dejan de pronunciar esas frases cursis de tan magníficas que aspiran a ser.

En este libro nadie es feliz y debe demostrarlo continuamente, así que los diálogos e interacciones entre los personajes, que viven en un pueblo olvidado de la costa argentina llamado Pampa del Mar, acaban perdiendo interés. Y el final sorprende por lo ingenuo: la niña acaba convertida en una estrella de teleseries. En fin, me he llevado una gran decepción con Juan Forn como novelista, y eso que la sinopsis de la contraportada prometía:

"Existen muchos modos de curarse de la desgracia y del amor. Los personajes de este libro han elegido dos: el viaje y la mentira".