Al empezar esta novela decidí que era la última oportunidad que daba a Rodrigo Fresán. Recuerdo que Jardines de Kengsinton me dejó absolutamente impresionada, pero abandoné Mantra y La velocidad de las cosas por cansancio y aburrimiento. Pensé que nunca volvería a encontrar aquella fuerza que había en Jardines, que arrasaba con todo y te obligaba a tomar aliento entre párrafos. Bueno, pues no me he reencontrado con ese Fresán sino con otro, digamos más viejo y cascado, pero que conserva algo que recuerda el esplendor juvenil de antaño. Y eso que cuando descubrí en las primeras páginas de El fondo del cielo que la cosa iba de ciencia ficción, me entró una pereza inmensa y ciertos prejuicios provocados por mi desconocimiento del género. Pero como explica el mismo autor al final. ésta no es una novela de ci-fi sino con ci-fi. Es cierto y, aun así, siento que me he perdido referencias, alusiones y guiños que los iniciados disfrutarán seguro. Yo me he quedado con la historia y las nociones básicas que van más allá del género, como el rendido homenaje a 2001. Una odisea en el espacio que aparece en las primeras páginas.
Como decía, he recordado al mejor Fresán en esta novela, es cierto, pero ha sido un proceso lento y paulatino, a medida que avanzaba la historia. O quizá debería decir las historias, porque en El fondo del cielo hay tantas. En eso, el autor argentino no ha cambiado. Hay historias narradas, esbozadas, abortadas, cruzadas... algunas se hunden y otras pasan de puntillas, y todas ellas van conformando voces que llegan y se van. Se trata de una técnica arriesgada, porque al final puede quedar la impresión de que todo resulta demasiado efímero y superficial. Pero Fresán acaba volviendo al hilo principal en la mayoría de los momentos (no todos) en que el lector necesita retomar el argumento, asirse a lo conocido, reencontrarse con los personajes en algún momento de sus vidas y profundizar un poco más en ellos. Por eso la novela adquiere consistencia con dificultades sólo hacia el final, y uno respira cuando acaba la historia y piensa que más o menos ha logrado atar los cabos necesarios para construir algo que se parece a una historia de amor y ciencia ficción. Entonces, ¿merece la pena llegar hasta El fondo del cielo? Ya que no pude hacerlo con las dos novelas anteriores de Fresán, ésta vez me he sentido reconfortada, y he terminado con la sensación de que, mal que bien, ha valido la pena a pesar de algunos momentos difíciles. Momentos en que las imágenes de otros planetas, o de viajes espaciales por el universo han estado a punto de colapsar la historia. Momentos en que mi buena fe se ha tambaleado. A Fresán le gusta ponernos a prueba, y de vez en cuando nos bombardea sin piedad con fantasías alucinógenas narradas a mil por hora. Luego se calma y una vez pasada la tormenta se centra en lo esencial, que constituye el cuerpo argumental de la novela y no pertenece a la ciencia ficción sino a la literatura universal: la obsesión por el pasado, la soledad y el miedo a perder lo que tenemos, el olvido como fracaso...Y la impresión que todos tenemos de vez en cuando de estar viviendo una vida irreal en un mundo que se nos escapa y que alguien, arriba o donde sea, se ríe de nosotros, y nada tiene la importancia que pretendemos concederle. Todo eso está, de un modo u otro, en El fondo del cielo, siempre narrado demasiado deprisa, pero con la fuerza justa como para dar resuello al lector. Una pequeña certidumbre de que Fresán sigue ahí, y quizá alguna vez volverá a escribir como él sabe y dejarse de experimentos alucinógenos.
Rodrigo Fresán, El fondo del cielo
Random House Mondadori, 2011. 272 páginas
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