Francamente, me fascinan las novelas de Iris Murdoch. Hace tiempo leí La campana, más tarde El príncipe negro y El mar, el mar, y ahora he terminado El castillo de arena. Todas ellas me han producido la misma sensación de absoluta admiración por esta mujer, de la que apenas sé nada porque tampoco me he molestado en averiguarlo. Me bastan sus novelas y, por suerte, escribió muchísimas.
Mientras leía El castillo de arena intentaba definir qué es lo que me gusta tanto de Iris Murdoch. Ciertamente, sus novelas no presentan personajes maravillosos ni argumentos originales o extraordinarios. Su estilo tampoco es especialmente llamativo y, de hecho, comprendo muy bien que sus libros estén hoy día pasados de moda. O al menos ésa es la impresión que tengo, porque nunca encuentro reediciones de sus libros ni críticas o comentarios en español. En cambio, siempre hay cuatro novelas suyas en las librerías que cuentan con una sección de novelas en lenguas extranjeras. Eso me reconforta.
Como decía, he estado intentando definir por qué me gusta tanto leer a iris Murdoch. Creo, para empezar, que sus novelas deberían ser cuidadosamente estudiadas por todo aquel que quisiera dedicarse a la escritura, ya que constituyen, en mi opinión, ejemplos perfectos de cómo debe ser relatada una historia. Murdoch nos enseña cómo se construye una trama, cómo se van distribuyendo los motivos, cuándo exactamente debe suministrarse al lector esta o aquella información, cuál es el mejor punto de vista de cada escena, cómo se pueden introducir elementos sobrenaturales o simbólicos sin hacer cojear la lógica de la historia. Su precisión es, en suma, impresionante.
En el caso de El castillo de arena, la autora nos acerca al mabiente universitario británico para narrar la atracción que siente un profesor de mediana edad, Bill Mor, por una joven artista, Rain Carter. El argumento no es, pues, nada original. Tampoco los personajes, ya que él resulta descaradamente mediocre y cobarde, y ella es demasiado cursi como para caernos bien. Pero nada de eso importa. La lectura de las reflexiones morales y las peripecias más o menos desgraciadas de los protagonistas, así como el acertado elenco de personajes secundarios que los rodean (la familia de él, el resto de los profesores universitarios, los alumnos) resulta, definitivamente, una grata experiencia. Todo cuadra, y nada podría ser de otra manera. Y cada motivo que aparece en la novela está justificado con las palabras exactas en el momento preciso. Un engranaje perfecto y brillante. Qué buena es Iris Murdoch. Y cuántas novelas suyas me quedan aún por leer.
Iris Murdoh, The Sandcastle
Editorial Vintage, 2003.
318 páginas.
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