Ingeborg
Bachmann es una de las mejores escritoras en lengua alemana del siglo XX.
Conocida sobre todo por su poesía, a mí, sin embargo, su prosa breve y precisa
me resulta de lo más sugerente. En Tres
senderos hacia el lago, Ingeborg Bachmann mezcla presente y pasado, los
recuerdos y los sueños, las conversaciones reales con los anhelos imaginarios,
y consigue que todo fluya y encaje, que todo adquiera un sentido que se va
revelando poco a poco con emoción, en cada frase, en cada párrafo.
La
protagonista es el prototipo de mujer independiente e intelectual, una
fotógrafa que viaja mucho, consagrada a su carrera, libre de ataduras, que cada
verano vuelve a la casa de su padre, en una ciudad de provincias austríaca.
Bachmann nos cuenta, desde el punto de vista de la narradora protagonista, la
relación que tiene con su padre, lo mucho que lo quiere y lo lejos que se
siente de él. Es una distancia que ella se toma como un precio que hay que
pagar por la libertad, por la satisfacción de no tener que dar explicaciones a
nadie. Cada mañana intenta salir a pasear para encontrar el lago en el que
tantas veces se bañó cuando era niña. Pero la topografía, como un trasunto de
la memoria, le juega malas pasadas. Los caminos, como los recuerdos, quizá ya
no son tan fiables como parece a primera vista. En esa exploración, entre
titubeante y rigurosa, se pasan los días de vacaciones, en los que la narradora
siente un extraño desasosiego porque ahí, en la casa de su padre, en su ciudad
natal, ya no es la fotógrafa valiente y segura de sí misma que todo su entorno
conoce y admira; sus amantes, sus amigos, sus colegas. Aquí es una mujer que ya
se va haciendo mayor y no es capaz de encontrar su camino al lago, sus
recuerdos de la infancia, la forma de decirle a su padre que lo quiere, que le
da pena que se vean tan poco y él se haga mayor y pronto, inevitablemente, se
muera y entonces ya no podrán hablar de nada.
Tres senderos hacia el
lago refleja la
obsesión de Bachmann por plasmar en la escritura la dificultad de las
relaciones personales, la búsqueda de un lenguaje válido que, en lengua alemana
y después de Auschwitz, renovara la literatura y, sobre todo, plasmara un punto
de vista femenino, alejado de los cánones masculinos que imperaban en ese
momento. Fue una escritora valiente y honesta, que intentó enfrentarse siempre
a sus propios fantasmas, a sus miedos, y murió asfixiada por ellos en la bañera
de su casa, demasiado joven.
Tres senderos hacia el
lago, Ediciones
Siruela, 2011, 168 páginas.
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