Clarice
Lispector es una de esas escritoras que, cuando se descubre, ya no se olvida.
Tiene una voz inconfundible, brillante, sensible y cercana que, para mí,
alcanza sus mayores logros en la brevedad. Ella sabe ser concisa e ir directa
al corazón del lector para clavarle una agujita de placer. Según confiesa, se
guía por la intuición más que por el intelecto y hace gala de una frescura muy
trabajada que se descubre en el detalle más aparentemente anodino, en la escena
más trivial, en la conversación más inesperada. Cuando ella lo cuenta, todo se
vuelve interesante, extraordinario. Los taxistas dan lecciones de moral y
teosofía, los hijos dan respuestas que merecen quedar colgadas en las paredes
de la cocina, las amigas admiten con franqueza que ahora mismo no les apetece
hablar de nada, la lucidez de un instante nos hace ver claramente el vacío que
tenemos delante…
Clarice
Lispector escribió durante muchos años una serie de crónicas para el Jornal do
Brasil que los lectores devoraban fervorosamente, una selección de las cuales
apareció con el título Aprendiendo a
vivir, publicado por Siruela en castellano con una estupenda traducción de
Elena Losada. Es una obra que hay que degustar poco a poco para saborear bien
los secretos de cada frase, las múltiples posibilidades de cada escena.
Lispector nos habla de la vida cotidiana sin perder de vista en ningún momento
las grandes inquietudes humanas y el humor. A veces nos regala frases
deliciosas, y no puedo resistirme a mostrar una pequeña selección: «Antes todo
era perfecto. Nacer me estropeó la salud», «Soy tan misteriosa que no me
entiendo», «La vida es corta pero, si contamos los pedazos muertos, se queda en
cortísima».
Aprendiendo a vivir está lleno de perlitas como estas, agujitas
breves y certeras que se nos clavan en el corazón y nos hacen adorar a Clarice
Lispector. Única e inconfundible.
Clarice
Lispector, Aprendiendo a vivir,
Ediciones Siruela, 2008, 224 páginas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario