4.15.2019

Aprendiendo a vivir


Clarice Lispector es una de esas escritoras que, cuando se descubre, ya no se olvida. Tiene una voz inconfundible, brillante, sensible y cercana que, para mí, alcanza sus mayores logros en la brevedad. Ella sabe ser concisa e ir directa al corazón del lector para clavarle una agujita de placer. Según confiesa, se guía por la intuición más que por el intelecto y hace gala de una frescura muy trabajada que se descubre en el detalle más aparentemente anodino, en la escena más trivial, en la conversación más inesperada. Cuando ella lo cuenta, todo se vuelve interesante, extraordinario. Los taxistas dan lecciones de moral y teosofía, los hijos dan respuestas que merecen quedar colgadas en las paredes de la cocina, las amigas admiten con franqueza que ahora mismo no les apetece hablar de nada, la lucidez de un instante nos hace ver claramente el vacío que tenemos delante…

Clarice Lispector escribió durante muchos años una serie de crónicas para el Jornal do Brasil que los lectores devoraban fervorosamente, una selección de las cuales apareció con el título Aprendiendo a vivir, publicado por Siruela en castellano con una estupenda traducción de Elena Losada. Es una obra que hay que degustar poco a poco para saborear bien los secretos de cada frase, las múltiples posibilidades de cada escena. Lispector nos habla de la vida cotidiana sin perder de vista en ningún momento las grandes inquietudes humanas y el humor. A veces nos regala frases deliciosas, y no puedo resistirme a mostrar una pequeña selección: «Antes todo era perfecto. Nacer me estropeó la salud», «Soy tan misteriosa que no me entiendo», «La vida es corta pero, si contamos los pedazos muertos, se queda en cortísima».

Aprendiendo a vivir está lleno de perlitas como estas, agujitas breves y certeras que se nos clavan en el corazón y nos hacen adorar a Clarice Lispector. Única e inconfundible.

Clarice Lispector, Aprendiendo a vivir, Ediciones Siruela, 2008, 224 páginas.



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