8.03.2006

Robinson Crusoe

Daniel Defoe escribió a principios del siglo XVIII la que sería considerada primera novela en lengua inglesa, con un protagonista, Robinson Crusoe, que representa el primer héroe moderno, el primer individualista de los tiempos de la razón y la ciencia.

Es verdad que, al leer el libro, resultan sorprendentes algunos actos y rasgos del pensamiento de Robinson (que siempre nos llega íntegro, ya que el discurso narrativo utiliza en todo momento la primera persona) porque quedan extremadamente cercanos, y también porque habría sido imposible escribirlos sólo unos cuantos años antes, a finales del siglo XVII, con los últimos pero firmes coletazos del barroco. Robinson ya piensa como un ser independiente, lúcido y responsable de sí mismo. Algunos fragmentos de su relato, construido bajo la perspectiva de unos años más tarde, cuando la aventura ya ha sucedido y terminado y el protagonista vive una más plácida pero no impasible vejez, sorprenden por su carácter lógico y totalmente autónomo: es el pensmaiento de un hombre que debe hacer frente a una soledad que no es sino la proyección de la verdadera situación del ser humano dentro del entorno social. Todos estamos solos, arguye Defoe, y lo mejor que podemos hacer es aceptar nuestra condición y tratar de vivir del modo más consecuente y responsable para nosotros mismos. La sombra de Dios juega en el libro un papel de acompañamiento, pero nunca dirige o impone.

Robinson razona de un modo absolutamente válido aún hoy en día: conoce sus propios demonios y trata de que no ataquen demasiado fuerte, sabe cuáles son sus debilidades y cómo afectan a sus decisiones (entre otras cosas, son la razón por la que acaba en una isla desierta), afronta sus carencia y decide en función de su bienestar individual , su superviviencia y su futuro, dentro de una ética de respeto e interacción con el medio. Como el hombre moderno. Su lista de cosas buenas y malas, enteramente reproducida en la novela, nos puede sonar mucho. ¿Quién no ha hecho una lista de pros y contras, real o imaginaria, para aclararse antes de tomar una decisión o plantear un cambio?

Robinson observa, mide, calcula y crea una estrategia que sigue hasta el final de la novela y que resulta efectiva gracias a un esfuerzo enteramente personal. En el relato, la religión y la ayuda de Dios funcionan como un aliciente psicológico, un soporte estabilizador para los momentos bajos, y nada más. Dios no salva a Robinson, sino que éste sobrevive gracias al trabajo constante, paciente, progresivo, inteligente...Cuando naufraga en la que hoy es la isla chilena de Juan Fernández, no tiene la más mínima idea de cómo emplear manos para construir, para crear. Poco a poco se convierte en un experto ganadero, agricultor, artesano... sin que nadie lo enseñe, gracias a su tenacidad alimentada principalmente por la necesidad y la voluntad. Y en ese esfuerzo por el trabajo encuentra Robinson su consuelo, sus ganas de seguir viviendo, y su recompensa. Es impresionante lo moderna que resulta el alma de este hombre del siglo XVIII: hasta las crisis esporádicas y los días de bajón están finamente relatados en la novela.

Por eso, creo, me siento reconfortada al acabar de leer Robinson Crusoe...una lección de ética y superación personal en un ambiente que es hostil hasta que logramos transformarlo y hacerlo nuestro sin aspirar a nada más (porque después de la isla, en realidad ya no hay nada más...Defoe se podía muy bien haber ahorrado el episodio de los lobos en los Pirineos, con el pobre Viernes pasando frío). Algo que Cándido, otro lúcido del siglo XVIII, comparte con Robinson, pero él prefiere la fórmula más sencilla de cultivar el propio huerto.

3 comentarios: