7.23.2006

Juventud

Recién acabo esta novela de Coetzee, y creo que podría pasar horas y horas escribiendo sobre ella, pero no lo haré porque estoy convencida de que lo mejor es, simplemente, afirmar que la experiencia que ofrece Juventud (publicada por primera vez en 2002 por Vintage) como lectura, es decir, en tanto que modo de instrospección y enfrentamiento a los fantasmas (mejores y peores), es única. Y pocos libros, que yo recuerde, pueden siquiera ofrecer algo así: un espejo tan nítido en el que el lector se mire y se juzgue. El veredicto depende de sí mismo. Asusta un poco, sí, pero Coetzee no es cruel, o al menos no es sólo cruel, con lo que la experiencia no tiene por qué ser deprimiente, sino que puede convertirse en algo muy enriquecedor.

Y es que el argumento, para empezar, tiene mucha miga: un joven blanco, sudafricano, universitario, poeta, hipersensible y encerrado en sí mismo, lucha por enfrentarse a un mundo que le da pánico y se refugia en sus sueños anhelantes de reconocimiento literario donde, de paso, aparecerá y acabará quedándose la mujer de su vida. El encuentro literario y el encuentro amoroso siempre ahí, al alcance de la mano pero sin acabar de hacer acto de presencia. Mientras tanto, el sexo frustrante y la incomunicación se encargan de ir rellenando los días y matando el tiempo de espera. A pesar de que John, el muchacho solitario, sabe bien que el destino no va a venir a vistarlo a menos que él haga algo al respecto (como sentarse a escribir, por ejemplo), evita tanto como puede la confrontación directa consigo mismo, la crítica y consecuente toma de decisiones que sirvan para dejar de aplazar un futuro que pueda convertirse en presente. Él sabe muy bien lo que es correcto, lo que hay que hacer en la vida, por ello paga sus facturas puntualmente y empieza a trabajar como programador informático. La cuestión es si puede llegar a ser poeta mientras sigue haciendo lo correcto. Lo correcto es aburrido. Entonces, si hay que ser malo antes que aburrido para escribir, porque la vida no ofrece una vía intermedia o un consenso pacífico entre ambos lados...¿qué hay que escoger?

Es fácil caer en la identificación total e incondicional con este chico asustado desde las primeras líneas de la novela, y eso es algo que Coetzee consigue, creo yo, como pocos escritores contemporáneos, gracias a su sutilidad sensible pero directa, y al uso de un estilo indirecto libre tan clásico pero tan bien adaptado a las necesidades de la prosa más actual y a la vez universal. Es como si consiguiera desnudarlo todo sin que nadie sienta el más mínimo pudor. La intimidad compartida, el flujo de comunicación abierto... ése es quizá uno de los rasgos más bellos del proceso de lectura, que el escritor sudafricano nos proporciona a manos llenas. Así, el lector se convierte, por obra y gracia del narrador, en el único ser capaz de acceder a los pensamientos del protagonista, y a sus frustraciones más secretas, que nadie más puede imaginar, y comprenderlos y compartirlos. Es lo mismo que hace grandes a personajes como Madame Bovary, que tienen tanto que expresar y realizar y pedir en la vida, y no lo hacen por su carácter, porque no los dejan, porque no pueden. La expresión que usaron los críticos ingleses para describir todo esto en el protagonista de Juventud fue "echado a perder"...algo sobre lo que decididamente vale la pena reflexionar.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho Coetzee, pero tengo pendiente la lectura de sus novelas memorísticas, "Infancia" y "Juventud". Su comentario aviva mi interés por hincarle el diente a esta última.

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  2. Ah, yo también quiero leer Infancia, la tengo pendiente. Juventud es, desde luego, imprescindible para quienes seguimos y admiramos a Coetzee. Un saludo y muchas gracias.

    Blanca

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