Esta es la primera novela que leo de J.M Coetzee, segundo Premio Nobel sudafricano, a quien descubro más por circunstancias ajenas a mi voluntad (en la librería del barrio había poca oferta de libros en inglés) que por un real interés. Sin embargo, debo decir que me ha sorprendido, atrapado, y ya puedo dar la razón a todos los entusiastas seguidores de este escritor que tan buenas críticas escriben siempre de sus novelas. Es cierto que, en general, Coetzee está muy bien tratado y gusta a muchos tipos de lectores, y ahora deespués de leer Disgrace (Vintage, 1999) creo entender por qué.
En primer lugar, pienso que la novela tiene varios niveles de lectura. Es algo parecido a lo que pasa con El extranjero, de Camus. Está la historia de un tipo que asiste al entierro de su madre, y por encima de eso hay algo más o menos sutil pero de una fuerza tremenda que provoca una lectura, cuando menos, inquietante, y una reflexión posterior de la que pueden extraerse grandes o pequeñas conclusiones. En ese sentido, Disgrace es una novela aparentemente muy sencilla, pero de una profundidad terrible, que en ocasiones resulta más cómodo evitar. La crudeza con que está construida la historia, y que se mantiene presente en todo momento a través de los diálogos entre los personajes, es difícil de digerir sin más. Luego queda un poso, tras la lectura, que obliga a una reflexión sobre la naturaleza humana y las relaciones que creamos entre nosotros.
Es difícil aceptar que, aunque algunos se empeñen en sostener lo contrario, el ser humano es básicamente perverso y dañino. Ser una "buena persona" es algo verdaderamente difícil aunque uno tenga las mejores intenciones, y depende mucho más de circunstancias externas, o del mismo azar, que de nuestra voluntad. La vida, parece decirnos Coetzee, ya se encarga de destruir nuestras buenas intenciones de un modo u otro. O mostrar su inutilidad. O su ridiculez.
Y eso es básicamente lo que el lector se encuentra de frente, y traga poco a poco, y retiene con toda su amargura al leer Desgracia. Es, ciertamente, una novela dura y pesimista, pero al mismo tiempo, y ahí reside su grandeza y la razón de que Coetzee sea tan respetado por todos, la historia es subyugante, y atrapa desde el primer momento al lector más desconfiado. La fuerza de los diálogos y la sucesión de escenas, los personajes que muestran sólo lo justo e insinúan tan impecablemente el resto... todo crea una atmósfera muy especial desde las primeras páginas de la novela y se mantiene hasta el final sin altibajos.
Por eso, descubrir (¡por fin!) a Coetzee y quedar tan admirada me lleva a creer que esto es sólo el principio, y que seguro que pronto vuelvo a asomarme a su prosa, esta vez por decisión propia y verdadero interés.
Creo que lo mejor de Coetzee es la naturalidad con la que escribe y la (aparente) sencillez de su narrativa. Es envolvente. Es directo.
ResponderEliminarUn saludo
Sí, Portnoy, la trabajada naturalidad con la que escribe Coetzee. ¿Alguna sugerencia para continuar con su narrativa?
ResponderEliminarEl Maestro de San Petersburgo, Elishabeth Costello, Foe... pero ¿no tienes ganas de agotar a Coetzee? ¿de leerlo todo?
ResponderEliminarEsa es una de las diferencias que hacen grandes a algunos escritores.
Un saludo
Sí, claro, leer a Coetzee ha sido genial, y su inglés es limpio y elegante y lo he disfrutado mucho. Ahora quiero ir poco a poco, como con Bolaño y tantos otros, así el recuerdo perdura y la emoción del rencuentro es mayor. Se devoran los libros, pero se evitan las indigestiones, como me pasó con alguno (pero no era tan bueno).
ResponderEliminarGracias, Portnoy. Muchos saludos.
Afortunadamente no siempre nos guía nuestra voluntad, y las cosas realmente importantes nos pasan por azar. Yo también descubrí a Coetzee, por casualidad, hace ya bastantes años, esperando a los bárbaros.
ResponderEliminarUnas críticas muy atinadas. Estupendo.
ResponderEliminarGracias, Enrique. No sé si atinadas, pero gracias.
ResponderEliminarSaludos
Blanca
y a dersu también se le dice: gracias, grosera.
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