9.11.2005

Tengo miedo torero

Este título tan como mínimo chocante corresponde a un verso de cuplé antiguo que el protagonista de la novela, La Loca del Frente, escucha con devoción por la misma radio que transmite las noticias de las revueltas cotidianas contra Augusto Pinochet en el Santiago de Chile de 1986, los días previos al atentado del que había de salir ileso. Este carnavalesco protagonista, sensible y nostálgico que no se permite caer en la sensiblería del tópico personaje de la locaza, se gana la vida bordando manteles para las esposas de los militares y lo último que le interesa son los acontecimientos políticos que suceden a su alrededor. Sin embargo, poco a poco y sin quererlo, se irá involucrando en ellos por amor a un joven encantador y educadísimo que empieza por pedirle que le esconda unas cajas y acaba convirtiendo su casa en un centro de reuniones para conspirar contra el régimen. Ahí se va fraguando, por una parte, el plan del atentado que acaba fracasando y, por otra, una entrañable relación entre el joven idealista Carlos y La Loca del Frente, enamorada perdida y consciente del abismo que la separa del chico, entregada a sus demandas sin perder de vista la dignidad y el peligro real que suponen, triste pero irónica, anhelante pero risueña, vieja y con tremendo espíritu de curiosidad y renovación. Esa mezcla tan difícil, con tantísimos matices, es lo que conforma la grandeza del personaje y la consistencia del libro, pues es la voz narradora principal –en estilo indirecto libre- mediante la que va avanzando la historia a paso firme, por los días de finales de agosto y principios de septiembre de 1986. Existe aún una segunda voz narrativa que es brillante, divertida, pero ya secundaria, escrita como diversión y lucimiento, que resulta impecable para reconocer la maestría de la escritura de Pedro Lemebel. Esta segunda voz es la del general Pinochet, que nos presenta a un hombre ridículo, acabado, sufridor de horribles pesadillas y constantemente acosado por la retahíla despectiva y rencorosa de su mujer. Una de las escenas magistrales de la novela es aquella en la que el general recuerda el día de su décimo cumpleaños, que su madre quiso celebrar por todo lo alto y para ello invitó a todos los niños de la clase. Augustito, que los odiaba, llenó el pastel de insectos cazados en el jardín. Nadie vino a su fiesta y él tuvo que comerse el pastel lleno de insectos bajo la mirada apremiante de su madre.

Pedro Lemebel escribe esta novela para que el lector disfrute. De la riqueza expresiva de la narración, de los matices inesperados y los detalles cuidadísimos, de la profundidad de los personajes –todos ellos están construidos con solidez, son complejos y cercanos-, de una lengua chilena que llena la boca y el espíritu, con unos giros locales que se mezclan con las letras de los boleros de toda la vida por los que se entremete la historia... Tengo miedo torero (Anagrama, 2001) es un libro para leer con calma y disposición, sólo entonces se podrá apreciar el extraordinario trabajo de Lemebel, que borda cuidadosamente la historia con la finura y el cuidado con los que La Loca del Frente se aplica en sus manteles.

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