9.18.2005

Pandora al Congo

El éxito fulminante la anterior novela de Albert Sánchez Piñol, La pell freda (La piel fría en castellano), así como las expectativas que el mundo literario ha puesto en este siguiente trabajo, cuando el otro recién se publica en Alemania y Holanda, me obligan a acercarme cautelosamente a Pandora al Congo (La Campana, 2005).

A primera vista, puedo decir que la extensión de la novela, casi 600 páginas, indica que la concisión de La piel fría ha sido abandonada, para bien o para mal. Sin embargo, una vez me adentro en el libro, desde las primeras páginas compruebo fácilmente que el planteamiento, la receta básica se repite. Eso significa que Sánchez Piñol vuelve a usar con sabiduría los ingredientes de la fórmula que tantos éxitos lleva cosechados (por algo ésta es la segunda parte de una trilogía): mucha intriga, que deriva en ocasiones contadas y controladas en terror, sorpresas paulatinas, personajes-monstruo que representan ideas o concepciones que atañen al género humano (a la manera de alegorías contemporáneas)... Sánchez Piñol sabe sacar partido de la historia con doble clave: una aventura que utiliza técnicas y recursos clásicos, reconocidos y agradecidos por el lector, y una segunda lectura en clave simbólica que, a medida que se va desentrañando, plantea preguntas y reflexiones sobre el ser humano.

Pandora al Congo sigue, pues, esta fórmula al pie de la letra. Por una parte, la historia que escribe un joven sobre la muerte de dos hermanos para salvar a un preso, contratado por el abogado de éste, contiene dosis bien mezcladas de acción, intriga y suspense. Los monstruos, en este caso, proceden del interior de la tierra y se enfrentan a dos hermanos ingleses poseídos por la fiebre del oro en plena época colonial. Por otra parte encontramos la lectura que el narrador (el joven autor que escribe por encargo) va construyendo acerca de su relato. Es la voz que actúa de guía para el lector, la que va proporcionando y disponiendo las posibles interpretaciones de la historia que escribe. Sánchez Piñol, en este sentido, es claro y didáctico, y creo que ahí reside un aspecto fundamental de su éxito: tanto en La piel fría como en Pandora al Congo ofrece filosofía cotidiana, de andar por casa, que el gran público aprecia y consume porque está bien mezclada con los géneros más populares de la novela de toda la vida. Así, uno puede hacer unas cuantas reflexiones sobre las grandezas y miserias del ser humano sin privarse de un final sorprendente en el que, por fin, todos los elementos encajan.

Ése es, por tanto, uno de los grandes méritos de Albert Sánchez Piñol. El otro es haber tomado el catalán literario y haberlo flexibilizado, adaptado a las exigencias de la narración de una forma natural, cuidada pero sin anquilosamientos (de otro modo, un libro de esa extensión se habría hecho insoportable), desde una tradición que no disponía de recursos demasiado abundantes para las necesidades del autor. Así, el catalán aquí es tan fresco y cercano que no suena, no chirría nunca, y ésa es la mayor garantía para que la novela pueda ser traducida, de nuevo, a un montón de lenguas.

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