11.01.2007

Obras completas de Dorothy Parker

Hacía muchos años que me intrigaba la figura de esta escritora neoyorquina y por fin, el otro día, en el momento menos esperado y después de años de búsqueda intermitente por las más selectas librerías de varias ciudades europeas (dos o tres, nomás), encontré una maravillosa edición de sus obras completas, The Collected Dorothy Parker, que desafortunadamente no está editada en español (Lumen publicó su Narrativa completa en 2003, pero no su poesía).

Desde entonces, he estado sumergida cada noche en los cuentos, poemas y artículos literarios de esta maravillosa mujer, que ya es para mí una de las mejores escritoras del siglo XX, sólo después de Virginia Woolf y probablemente alguna otra que no recuerdo (en realidad, no he leído a tantas). Ahora que lo pienso, Woolf y Parker tienen varias cosas en común. O, al menos, podríamos decir que comparten ciertos rasgos literarios tan firmes y decisivos que bastan por sí solos para unirlas, más allá de las circunstancias biográficas o socioculturales propias de cada una. Para empezar, descubrir a Dorothy Parker nos ayuda a imaginar lo que podría haber escrito Virginia Woolf si hubiera sido norteamericana y heterosexual. La delicadeza británica queda sustituida por un tremendo descaro más propio de la sociedad estadounidense de principios del siglo XX (los ingleses hacían y pensaban lo mismo, pero no lo mostraban tan abiertamente). Lo bueno es que el descaro no se sale ni un ápice del marco trazado por la ironía más brillante e inteligente que podamos imaginar. Martillazos de ironía van cayendo sin cesar sobre los acontecimientos cotidianos, las conversaciones a medias, los gritos y los silencios, los teléfonos (hay muchos teléfonos en este libro, que podemos imaginar fácilmente: pesados, enormes y negros).

En la sociedad neoyorquina de los años veinte, la única arma de que disponía una mujer para ganarse una reputación que le permitiera vivir de su escritura era, sin duda, el ingenio, y a Dorothy Parker le sobraba a raudales. Tanto en sus obras de ficción, en verso o prosa, como en sus artículos y críticas literarias (combinación bastante infrecuente en el panorama literario del siglo pasado), la autora despliega su energía y la encauza por caminos poco flexibles pero muy certeros. Es decir, Parker escribe siempre a partir de lo que observa a su alrededor: la sociedad de su tiempo, sus amigos y conocidos, el mundo en que vive y por el que siente una permanente curiosidad. Todo eso ha llevado a algunos críticos a considerar su obra como una de las primeras muestras de literatura urbana contemporánea, lo cual no está mal porque, en efecto, la ciudad de Nueva York es un gigante mudo que se adivina detrás de cada uno de sus textos. Y es que esta norteamericana fue toda una figura de su tiempo, tan temida como admirada; una hija del jazz, la nonchalance y el espíritu rebelde-sufragista mezclado inevitablemente con la vergüenza y la soledad. Ese fue el ambiente que Dorothy Parker supo capturar para elaborar una materia prima sobre la que construía su personal reflexión acerca del ser humano y sus comportamientos sociales. La ignorancia, la tristeza o el aburrimiento que muestran los personajes de esta autora están cargados de naturalidad, se construyen con un estilo cercano a la vez que elaborado, efectivo, constantemente apartado de la mayor tentación literaria de la época: la frivolidad (tan típica de otros autores inmersos en un medio social parecido, como Evelyn Waugh, o incluso enfrentados directamente a él, como los miembros de la Generación Beat, a los que Parker atacó en sus artículos a base de dardos envenenados de hilarante cinismo).

Esta mujer, que fue capaz de aparecer en el Madrid sitiado de 1937 y describir llena de admiración cómo seguían funcionando las escuelas de la República en medio de los bombardeos bien merece una aproximación. Al leer sus textos, podemos imaginarla fácilmente sentada junto a nosotros (pequeña, morena, con flequillo abundante) haciendo muchas cosas a la vez: hablando, fumando, escuchando, gesticulando, bebiendo, riendo… Es conmovedora la energía que desprenden sus textos. En este sentido, los diálogos, en el caso de los relatos, constituyen un vértice estructural muy importante. Conversaciones brillantes, momentos escogidos a la perfección y congelados en el instante preciso. Pocos autores definen tan agudamente el tiempo de sus relatos. Así, los finales recogen la historia de un modo muy elegante, sin caer en la frase efectiva o el golpe fácil, que tan pobre resulta como recurso (y que, personalmente, tanto odio).

En cuanto a los poemas, son destellos fugaces de sensaciones humanas, la mayoría quizá demasiado femeninas como para que permitir que el texto sobreviva, perdure y ofrezca lecturas más versátiles. Por eso, en mi opinión, es difícil que llegue a reconocerse el mérito de Dorothy Parker como poetisa. No ocurre lo mismo con sus críticas literarias, que trascienden sin duda la época y las circunstancias en que fueron escritas para darnos a todos lecciones de buena literatura. No importa que hablen de libros ya olvidados, de las excéntricas costumbres de su amigo Hemingway, de Lolita o de los efectos del apio en el organismo humano. Lo que importa es esa prosa fascinante, esa inteligencia viva y divertidísima, siempre rara en la literatura y rarísima, desde luego, en la crítica literaria, con que nos regala generosamente Dorothy Parker.

Está claro, valió la pena esperar tantos años. Encuentros como éste me reafirman en la idea de que, pase lo que pase, hay que continuar leyendo incansablemente.

The Collected Dorothy Parker
Penguin Books, London, 1973.

2 comentarios:

  1. leyendo y leyéndonos mutuamente, que es la maravilla de los blogs: nos respondemos, el mensaje va en los dos sentidos

    :-)

    abrazo

    y amor

    ResponderEliminar
  2. This is the ballad of Dorothy Parker!.

    ResponderEliminar