Con este título se tradujo la tercera novela de Siri Hustvedt (Anagrama, 2004), más conocida quizá por su condición de esposa de Paul Auster que por su propia producción literaria y ensayística, no menos interesante pero mucho más escasa, eso sí, que la de su marido. Al leer esta novela queda bien claro que Hustvedt prefiere hacer las cosas despacio y con abundante documentación a mano, aunque algunas de las ideas desarrolladas en el libro provienen de la tesis no publicada de su hermana, Asti Hustvedt. Todo queda en familia, pues.
Todo cuanto amé despliega a lo largo de la trama una serie de teorías artísticas bien conectadas e hilvanadas pero poco profundas y un tanto dispersas. Ideas propias de un intelectual que vive en Nueva York, frecuenta las galerías de arte, asiste a las inauguraciones de sus amigos y da clases de historia de la pintura contemporánea en la universidad. Este es el personaje principal y narrador en primera persona de la novela, Leo Hertzberg. A pesar de mis temores iniciales, Hertzberg no resulta superficial, sino más bien aburrido cuando se empeña en describir detalladamente cada una de las obras que fabrica su mejor amigo, personaje central de la novela y artista alrededor del cual gira un mundo complejo e intenso, como debe ser, y que pasa del anonimato al reconocimiento mundial sin que ello afecte la autenticidad de su obra.
El discurso del profesor Hertzberg, que narra su propia vida desde su juventud hasta su senectud, está muy bien construido. Hustvedt utiliza un lenguaje preciso y muy rico en matices que, salvo en las descripciones artísticas ya mencionadas, atrapa al lector por su fluidez amable y su variedad narrativa. El problema de esta novela, en mi opinión, es el propio flujo de pensamiento del protagonista y base de la estructura, ya que resulta demasiado angelical. Un tipo tan bondadoso, que puede contar con los dedos las faltas que ha cometido en su vida (entre las cuales se encuentran, por ejemplo, tener fantasías sexuales con la mujer del amigo artista y sentirse culpable por ello, o encerrarse en sí mismo y provocar una crisis matrimonial), no es una buena elección para llevar el peso de una novela tan larga, donde las emociones juegan un papel muy importante. En cambio, los personajes que rodean constantemente al profesor, es decir, las personas que permanecen junto a él a lo largo de los años (su mujer, sus amigos), sí parecen más imperfectos, o al menos más duales y contradictorios... más humanos, al fin y al cabo. Ante tal despliegue de bondad por parte del narrador, el lector, por comparación, se acaba sintiendo bastante malvado, más identificado con los otros personajes y un poco harto de la tendencia a la santidad de Hertzberg. Hasta en las situaciones más dramáticas, que por supuesto él nunca desencadena, muestra un comportamiento estoico e intachable.
No, definitivamente, Hertzberg no es una buena elección, lo cual resulta una lástima porque Hustvedt, que como decía, escribe sin prisas, se esfuerza en tratar temas y situaciones psíquicas muy interesantes que no suelen aparecer en las obras de ficción: trastornos como la histeria, el rechazo a la comida, la necesidad de mentir compulsivamente... son rigurosamente descritos y contemplados desde una perspectiva bastante original y bien lograda. Los personajes más atractivos son, precisamente, los que más se alejan del modo de pensar, sentir y actuar de Hertberg, y a los que la autora dota de un lado oscuro, siempre ambiguo a lo largo de la trama a la vez que cercano a la realidad. Ellos son quienes aportan el misterio y la complejidad necesarios para que la historia funcione. Sería interesante leer el mismo relato desde su punto de vista. Seguro que la novela ganaría muchísmo en profundidad, riqueza e interés.
Acabo de leer el libro. Me parece una lectura muy rica en matices como ya se indica arriba. En mi opinión Leo es un personaje necesario tal cual. El equilibrio de los mundos que lo contrastan y nos permite entender mejor las situaciones de los otros. En ningún momento me sabe a santo.
ResponderEliminarMaría Claudia Salazar O.
Coincido con lo pesado de los detalles de las obras de Bill, sobre todo lo que concierne a la tercera exposición. Como también en que me hubiese fascinado leer un poco más lo que los demás, a parte de Leo, tenían en mente.