De vez en cuando leo algún artículo de Rosa Montero y siempre acabo pensando que cuando no se pone estupenda, puede escribir bien, e incluso llega a resultar interesante. Es difícil definir qué entiendo por "ponerse estupenda", ya que se trata de algo, aunque fácilmente reconocible, muy subjetivo, pero creo que podría explicarlo basándome en los conceptos de tono o voz narrativa. Rosa Montero suele utilizar la primera persona, tanto en sus novelas de ficción como en sus artículos, y es una voz que está siempre orgullosa de su individualidad, que no intenta diluirse en la omnisciencia sino que, bien al contrario, busca una constante afirmación objetiva a partir de su propia subjetividad. Del yo a los otros, podríamos decir, pero de modo unidireccional. Y es en ese proceso cuando la voz en primera persona se sitúa medio tono por encima del coro, y Rosa Montero se hincha, se exalta, se acaba poniendo estupenda y estropeando las buenas intenciones y las interesantes historias de las que parte en sus libros. Cuando nos avisa desde un principio de que va a hablar de ella o de lo que a ella más le conviene o importa (normalmente, algo relacionado con la feminidad en cualquiera de sus variantes) utilizando la proyección a la que antes me refería, ya podemos hacernos a la idea de que vamos a enfrentarnos a una narración personal y subjetiva. Aceptamos la voz y la imponente personalidad de la autora, nos acomodamos a ella y dejamos que nos guíe por su pasado, su presente, su realidad y sus miedos. Es lo que ocurría, por ejemplo, en La loca de la casa (Alfaguara, 2002). El problema aparece cuando, en un escenario y un tiempo muy lejanos, como aquellos en los que se sitúa la Historia del rey transparente (Alfaguara, 2005), no dejamos de escuchar la voz de Rosa Montero aunque pretenda camuflarse detrás de Leola, la heroína medieval de la novela. Leola es una joven que se presenta al lector de este modo:
"Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas maravillosas"
Con esta declaración ya nos queda claro desde el principio que, por encima de las historias contadas o el ambiente creado, siempre a caballo entre fantasía y realidad y muy bien definido, no dejaremos de escuchar la voz de Rosa Montero afirmando su individualidad, sus principios, su coherencia. Y, de paso, su orgullo de ser mujer. Ahí es cuando digo que se pone estupenda, lo cual estropea irremediablemente el relato por muy interesante que éste resulte y por muy bien contruido que esté. Así, la Historia del rey transparente, a pesar de los cátaros, el Fino Amor o las intrigas entre caballeros, temas absolutamente fascinantes, me ha parecido una novela totalmente prescindible por culpa de su omnipresente autora. Me habría gustado mucho más, por ejemplo, leer un ensayo sobre la explosión de modernidad y libertad que, como bien indica Rosa Montero en el apéndice de la obra, tuvo lugar en los siglos XII y XIII y constituyó el verdadero motor social y cultural de lo que luego conoceríamos como Renacimiento, ya a finales del siglo XV. Es verdad que la aparición de las ciudades, el refinamiento provenzal y la inusitada importancia que adquirió la mujer caracterizaron ese período trepidante y extraordinario de la historia en el que siempre es un placer sumergirse, y la energía que derrocha la escritora a la hora de entusiasmar al lector para aproximarlo a ese mundo es admirable. Sin embargo, todo este conocimiento volcado en la novela y estratégicamente dosificado a lo largo de la historia con fines instructivos no es suficiente para suavizar esa voz ya de por sí todopoderosa y que, al aparecer en primera persona, resulta aún más evidente. En ningún caso la documentación histórica, por muy rigurosa y brillante que sea, puede salvar una novela, y ésta no es una excepción. Por eso creo que Rosa Montero debería haber enfocado la escritura de este libro como lo que realmente es: una visión personal, rigurosa e inteligente de la mujer en la Edad Media.
Hola; he llegado aquí, como siempre sucede con los blogs, por casualidad, pero no me he quedado a rondar post anteriores por casualidad, pasando de uno a otro y leyéndolos casi sin querer; no, eso lo he hecho porque me gustó lo que leía.
ResponderEliminarEn cambio, la Montero no me interesa nada. Siento comentar algo que ni me va ni me viene.
Te visitaré.
Un saludo.
Hola, Mabalot,
ResponderEliminarBueno, la verdad es que a mí Rosa Montero tampoco me interesa, pero me leí la novela simplemente porque no tenía otra cosa a mano. Después escribí todo lo que fui pensando de ella durante la lectura.
Puedes comentar lo que quieras, incluso lo que ni te va ni te viene. Me alegro de que te haya gustado esto...hasta pronto, entonces.
Blanca
Totalmente de acuerdo con tu impresión sobre Montero. No he leído la novela, pero en sus artículos periodísticos se ve excesiva tiranía del yo. Y cuando un escritor se ve sojuzgado por el ego-Dictador, mal asunto (salvo que seas Tolstoi; en ese caso la Historia literaria te redimirá).
ResponderEliminarSaludos. Buen blog.
Creo que tienes razón, Pijoaparte, y desde luego Montero no es Tolstoi, el cual por cierto nunca mostró su yo tirano en sus novelas...Anna Karenina, como pasaba con Madame Bovary, son yoes mucho más interesantes que Tolstoi o Flaubert. Esa es la diferencia.
ResponderEliminarSaludos
Blanca
Lo de "ponerse estupenda" parece un comentario de Elvira Lindo, jejejeje
ResponderEliminarEn fin, los artículos de Rosa Montero no me han empujado a leer muchas novelas suyas. Alguna, hace tiempo, creo, pero apenas recuerdo cual ni su tema.
Lo que comentas sobre la mujer en el medievo me ha recordado un maravilloso libro de Italo Calvino que te recomiendo con mucho entusiasmo: El caballero inexistente.
Y mucho ojo con el narrador de esa historia.
Un saludo
Gracias por la recomendación, Portnoy. De esa trilogía sólo leí El barón rampante, que me gustó mucho. Cuando pueda volveré a Calvino...
ResponderEliminarSaludos
Blanca