12.25.2005

El Pasado

Esta novela de Alan Pauls, ganadora del Premio Herralde 2003, no es tanto un tratado sobre el amor a la manera de Stendhal, como sus primeros capítulos parecen esforzarse en demostrar mediante el uso de fórmulas de abstracción y extrapolación a veces un tanto pretenciosas, como una fabulación enrevesada que resulta de la mezcla a partes iguales del amor y la locura. Siguiendo una tendencia propia, Pauls crea personajes monstruosos, complejos y de una personalidad y coherencia muy fuertes, y en El pasado la protagonista femenina, Sofía, es la representación suprema de esta tendencia. Sofía es una Mujer que Ama Demasiado y que, tras separarse de Rímini, con el que ha convivido durante doce años, está dispuesta a lo-que-sea para que él vuelva a su lado.

La diferencia entre los personajes de El pasado y los de Wasabi, la anterior novela del autor, es que en ésta última resultan inquietantes en todo momento, son sublimes y mantienen un halo de misterio y elevación desdeñosa totalmente admirable. Exacto, son personajes para admirar. En cambio, en El pasado, y quizá debido simplemente a la extensión de la novela (551 páginas dan para desvelar mucha miseria y sacar mucho trapo sucio), la tensión es irregular y en ocasiones sufre altibajos bastante bruscos, con lo cual la reputación de los personajes protagonistas se acaba resintiendo. Sofía se vuelve pesada por momentos, y pasa de visionaria irreprochable a neurótica amargada con demasiado poca dificultad. Sus cartas, las cartas que escribe a Rímini a lo largo de los años (porque la historia de amor dura mucho, pero la lucha por recuperarlo para demostrar que nunca se extinguió dura tanto o más) siempre expresan una voz firme y original: es evidente que a Sofía le gusta escribir y lo hace bien. Sin embargo, su comportamiento a lo largo de la novela, sus apariciones intermitentes en la vida de Rímini, que es el hilo conductor, advirtiéndole constantemente que nadie va a conocerlo nunca como ella, recordándole un pasado común que él se empeña en dejar atrás sin éxito, adolecen de una tendencia a la repetición y acaban resultando casi monótonos en ocasiones, lo cual es una lástima porque la novela es muy buena, y sería excelente si no mostrara precisamente estas irregularidades. Es como si Pauls no hubiera ajustado bien la progresión temporal, y así nos mantiene en compás de espera demasiado tiempo, el interés decae y el ceño se me acaba frunciendo. O quizá es que no he sabido sumergirme en las lagunas del estancamiento argumental de las que otros quizá sepan disfrutar con placer. Es posible. En todo caso, para mí es una lástima que Pauls no haya conseguido esta vez mantener una tensión ambiental que en Wasabi resultaba de una perfección intachable. Quizá se acabó enredando entre tanto despecho y tanto desplante, y luego le costaba mucho salir ileso. Estos temas resultan siempre tan delicados... sobre todo cuando pretender ser exhaustivos.

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