Publicada por primera vez en
1953, La chaise-longue victoriana es
una novela corta de Marghanita Laski; en mi opinión, la mejor que escribió.
Aunque aquí su nombre no resulta apenas conocido, en Reino Unido fue una
escritora e intelectual reconocida gracias, sobre todo, a su trabajo como
periodista y crítica literaria.
Conocemos a la heroína en la
primera frase, cuando exige al doctor que la atiende que le asegure que no va a
morir. Melanie Langdon se nos aparece como una joven bella y mimada, madre reciente
y enamorada esposa, que convalece en su casa londinense de una
tuberculosis. Tiene a su disposición un
marido que la adora, una enfermera atenta y todas las comodidades que pueda
desear. Sin embargo, esta primera escena ya presenta detalles aciagos. Todo
está demasiado bien, todo resulta demasiado bonito, como lleno de sonrisas
congeladas y falsas. Por ejemplo, el doctor, mientras habla con ella, piensa
que es una criatura puramente femenina, que se convierte en todo aquello que
su hombre desea. Otro ejemplo reside en el hecho de que a Melanie no la dejan
ver a su hijo por miedo al contagio de tuberculosis. Cuando esta protesta y
expresa su deseo de estar con el bebé, porque teme que ya sea tarde para
establecer el vínculo materno filial, todos suspiran a su alrededor y ponen los
ojos en blanco. La tachan de intensa, de impaciente…Los nervios no son buenos
para su enfermedad, repiten benévolos, sacudiendo la cabeza. Esta escena,
preludio de la trama propiamente dicha, resulta ya terrorífica por el modo en
que todos los personajes (el doctor, el marido, la enfermera) infantilizan a la
protagonista.
Cuando esta ya se encuentra mejor,
la trasladan a una chaise-longue que
ella misma adquirió en una tienda de antigüedades. La enfermera la obliga a
echar una siesta y, al despertar, comienza la pesadilla: está encerrada en el
cuerpo de otra mujer de la época victoriana, Milly. La infantilización continúa
y se vuelve cada vez más oscura, más brutal. Melanie, en su nuevo entorno, se
convierte en una mujer que no sabe lo que quiere. Se siente tan indefensa y
culpable que llega a pensar que el placer sexual es diabólico, y su castigo por disfrutar de él se
ha consumado en forma de encierro en otro cuerpo, en una casa terrible de una
época ajena. En el cuerpo de otra mujer a la que, como ella, nadie deja
levantarse y todos piden que se calme. Pero aquí, en esta época victoriana, la
benevolencia pierde su lado amable, ya no hay sonrisas falsas sino desprecio,
acritud, odio.
Melanie y Milly se acaban
fundiendo en una misma víctima postrada y ninguneada: la loca de la casa.
Encontramos, pues, en La chaise-longue
victoriana, una nueva personificación de esta categoría en la caben,
asimismo, la Antoinette de Ancho mar de
los Sargazos, de Jean Rhys, o la Berta Mason de Jane Eyre, de Charlotte Bronte. Es fácil imaginar su destino común:
ya se sabe que no hay piedad para la loca de la casa.
The Victorian
Chaise-Longue, Persephone
Books, 1999, 120 páginas.
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