1.14.2008

Historias del Padre Brown

La primera vez que oí hablar de G.K.Chesterton fue a través de Borges, que solía recordarlo, junto a Henry James, como uno de los escritores que más habían influido en su obra. La verdad es que yo nunca hubiera descubierto por mí misma la huella de Chesterton en Borges. Quizás me parece poco evidente porque alcanza los niveles más profundos de la creación y estructura narrativas, mientras que se vuelve equívoca y ambigua en los temas, las obsesiones, las inquietudes…

En todo caso, los halagos de Borges a la literatura inglesa, y a Chesterton como uno de sus grandes representantes, hicieron que me acercara con curiosidad, hace ya unos años, a una novela con uno de los títulos más atrayentes que ahora mismo recuerdo: El hombre que fue jueves. Qué maravilloso, dan ganas de devorar el libro, pensé cuando lo tuve delante. Lo leí como en sueños, de manera compulsiva, y me encantó. Ahora que lo pienso, lo leí como solía leer a Borges: mediante ese pacto tácito que hacemos siempre al comenzar un texto suyo y que nos lleva a replantearnos todo cuanto nos rodea, sufrir una tremenda sacudida existencial y volver a mirarnos con los ojos escocidos de lucidez.

En cambio, estas Historias del Padre Brown, que otorgaron a Chesterton el favor del gran público, son muy distintas de la prosa onírica y transgresora de El hombre que fue jueves. Son relatos de misterio, con una estructura clásica en la que se plantea una incógnita, se barajan una serie de elementos y, mediante un ejercicio de ingenio deductivo realizado por el querido Padre Brown, se desvela el enigma. Todo resulta muy inglés: los escenarios, las descripciones, los personajes, los diálogos, el humor. Esto último es de gran importancia, ya que si no fuera por la maestría humorística con que Chesterton escribe sus historias, quizá el Padre Brown y sus crímenes habrían pasado sin pena ni gloria por la historia de la literatura. Estoy convencida de que son esos discretos pero firmes rasgos de ironía, casi imperceptibles y sin embargo continuamente presentes, los que nos hacen caer rendidos ante estas sencillas e ingenuas historias nada más conocer a su protagonista.

El Padre Brown es el anti-detective por excelencia. Es inocente, piadoso, pequeñito y despistado. Suele mirar a sus semejantes desde abajo y con los ojos muy abiertos. Habla poco pero cuando se decide, hace callar a los demás. Es imposible no sentir hacia este gran personaje una mezcla de cariño, simpatía y admiración. El resto de los elementos narrativos, en realidad, se mantienen en un segundo plano y resultan a veces algo indiferentes. En varios relatos, como “El hombre invisible” (uno de mis favoritos, quizá porque me recuerda el fascinante terror que me producía el personaje cuando era niña), la historia es bastante inverosímil y se desvela con demasiada rapidez. Es decir, no son relatos profundamente construidos, detallistas, rocambolescos o ingeniosos, pero la verdad es que da igual. Lo importante es que pase por allí el Padre Brown (siempre aparece, claro está, por casualidad, y nadie lo ve como a un detective sino como a un curita medio bobo, medio raro) y se quede a resolver el enigma.

Chesterton juega con los múltiples puntos de vista que siempre ofrece el narrador omnisciente, y va saltando de uno en uno según le convenga, para dar mejor esa pincelada de humor inglés a la que antes me refería. No me canso de admirar la brillantez de sus introducciones ambientales. Una de las mejores es la que inicia el relato “The Queer Feet”, donde se nos describe un hotel que basa su exclusividad en lo difícil que resulta servir a los clientes. Es cierto que este tipo de cosas siempre han entusiasmado a los ingleses, nos dice Chesterton. Si existiera un restaurante carísimo que, por un mero capricho de su propietario, sólo abriera los jueves por la tarde, se llenaría indefectiblemente cada jueves por la tarde. Me encantan este tipo de observaciones, no lo puedo evitar.

Así, pues, las Historias del Padre Brown están llenas de guiños y detalles para el lector que resultan infalibles para ganarse su complicidad. En este sentido, el ingenio de Chesterton triunfa y arrasa. Ciertamente, debió de ser un hombre con una gran personalidad: escribió más de cien libros de todos los géneros, cuando era niño nadie sabía si calificarlo de idiota o de genio, era muy conocido por sus proverbiales despistes (una vez llegó a escribir a su mujer el siguiente telegrama. “Estoy en Market Harborough. ¿Dónde debería estar?”). Esa fuerte personalidad se imprime en la prosa del escritor inglés y maneja con soltura la paradoja, la ironía, el golpe de efecto (¡qué frases finales!). Tanto El hombre que fue jueves como estas historias irradian un talento enormemente personal a la vez que inmerso en la tradición más clásica. Como Borges, claro. Cuanto más lo pienso, más similitudes veo entre ambos autores. Al fin y al cabo, el argentino se pasó la vida afirmando sin reparos la superioridad de la literatura inglesa frente a la tradición castiza española. Ojalá lo hubieran escuchado más. Quizá Chesterton no parecería ahora tan inalcanzable.

11 comentarios:

  1. Magnífica reseña.Yo también soy un enamorado de las obras del gran Chesterton.El candor del padre Brown y Sherlock Holmes son unos de mis primerísimos vicios literarios.
    Besos.

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  2. En realidad sólo he leído 5 historias del padre Brown. Y me han encantado. Por su sencillez (parecen a veces cuentos de niños) por su imaginación también ingenua (el hombre invisible con su servicio doméstico mecanizado) por la crítica ó sátira social a la que aludes en Los pasos extraños, por su misterio norteño y gótico en El honor de Israel Gow... ¡Me tengo que comprar El hombre que fue Jueves! Felicidades por tu blog.

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  3. Hola,

    Muchas gracias por tu comentario, es cierto lo que dices acerca de las historias. Dentro de su sencillez, tienen muchos matices y son siempre distintas. Te gustará el hombre que fue jueves, seguro. Un saludo,

    Blanca

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