10.03.2005

La velocidad de la luz

Lo que más me gusta y más admiro de la escritura de Javier Cercas es lo que constituye, quizá, la base fundamental de sus libros o, en todo caso, de sus dos últimas novelas, Soldados de Salamina (Tusquets, 2000) y La velocidad de la luz (Tusquets, 2005): la perfecta estructura con la que están dotadas las historias. El modo en que se ensamblan los elementos de la novela; las dosis exactas de suspense, ternura, ética, nostalgia; los personajes y objetos que siempre están ahí por una razón importante... todo ello aparece extraordinariamente cuidado y desarrollado en esta última novela de Javier Cercas, con cuya voz me vuelvo a encontrar como si fuera una vieja conocida. En este sentido, el autor arriesga muy poco y vuelve a otorgar la función de narrador en primera persona a un tipo tan parecido a él mismo que no podemos dejar de preguntarnos qué detalles de su vida cotidiana y son entorno son reales y cuáles no. Cercas juega con este equívoco y lo explota, y así el lector lo siente más cercano y se identifica muy bien con él.

Así, pues, la identificación que se produce desde las primeras páginas es fácil, muy fácil, casi instantánea, natural. Cuando intento indagar en las razones de este hecho, sólo a primera vista sencillo, llego a la conclusión de que el narrador, un escritor y profesor universitario, es un tipo contradictorio, humilde, lúcido, orgulloso, con un punto sarcástico y grandes reservas de ironía que saca cuando le hace falta, es decir, se trata de un tipo que cualquiera de nosotros, los lectores, podríamos conocer y querer. También es muy importante el uso del lenguaje que hace Cercas: las páginas pasan sin apenas reparar en las palabras como elementos independientes... nada destaca, no hay frases ante las que sea apetecible o casi obligatorio detenerse y disfrutar, paladear y digerir. Se trata de un lenguaje escondido, agazapado, perfecto para leer a toda velocidad. Incluso las “frases bonitas” de las que habla el libro, ésas que están construidas para provocar un descanso en la lectura, una reflexión, también son llanas, simples, y ahí radica su inteligencia.

La historia de La velocidad de la luz es larga y compleja y no creo que valga la pena resumirla aquí. En realidad, la sucesión de acontecimientos queda relegada a un segundo plano por, como ya he dicho antes, la perfección estructural. La historia es una excusa para reflexionar sobre lo importante que es la influencia que pueden ejercer sobre nosotros algunas personas, por poco que hayamos hablado o compartido con ellas. Aparecen, nos dejan su poso, su germen, y se van sin hacer ruido. Entonces el germen comienza a crecer y acabamos debiéndoles una gran parte de lo que somos, quizá la mejor, y de alguna manera hemos de rendirles tributo. En La velocidad de la luz, el tributo es el propio libro, que cuenta la historia del hombre que hizo que el narrador se convirtiera en escritor.

Por todo ello es bueno leer a Javier Cercas, porque siempre nos ayuda a reconciliarnos un poco con nosotros mismos, y a recordarnos que por encima de las miserias humanas suele haber grandes gestos.

4 comentarios:

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  2. Creo que al final, la mezcla de realidad (falsa) que impone el escritor Cercas y la ficción (real) que cuenta el narrador Cercas acaba paradójicamente perjudicando el resultado final.
    Escribí algo (no demasiado inspirado) sobre la novela de Cercas:

    La velocidad de la luz

    Un saludo (y suerte)

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  3. Esta novela me gustó especialmente por la intradiégesis existente: autor y narrador en diálogo, por decirlo de alguna manera.

    Muchos saludos.

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  4. Sí, es un diálogo que a mí no me resultó falso o pesado o chirriante, como muchos han señalado. Es verdad que en algún momento hay demasiada falsa modestia o tendencia al melodrama desbordante (no digo dónde exactamente pero ya sabrás a lo que me refiero), pero me gustó cómo fluyen las voces.

    Un saludo, Magda.

    Blanca

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