2.26.2019

Shirley Jackson


Shirley Jackson (I)

Hace poco leí We have always lived in the castle, de Shirley Jackson, que publicó en español Minúscula el pasado año, y me gustó tanto, y me perturbó de tal manera la voz de Merrycat Blackwood, su narradora y protagonista, que decidí indagar en la obra completa de esta escritora hasta hace poco desconocida para mí. Ahora estoy inmersa en sus relatos y novelas, y me apetece ir profundizando poco a poco en ellos, y escribir despacio, a medida que vaya reflexionando sobre las impresiones que me producen. También, a la par, estoy indagando en la vida de Jackson, y cuanto más sé de ella, más admiro lo que escribió.

Podemos situar el grueso de la obra de Shirley Jackson en los años 50 y 60, la época de la Guerra Fría, el macartismo, la caza de brujas… Las mujeres se vieron obligadas a cumplir el sueño americano en sus casas de los suburbios mediante el desempeño de un papel muy rígido de amas de casa, esposas y madres. No estaban autorizadas a realizarse de otro modo. En su narrativa, Jackson retrató la otra cara de estas mujeres, que ella conocía de primera mano: la ansiedad y la frustración provocadas por el sometimiento a un modelo social injusto y desigual.

Entonces se hizo bruja. Y escritora. Así lo proclamaba a los cuatro vientos a todo el que quisiera escucharla. Pero nadie terminaba de creérselo. Como cuando acudió al hospital porque estaba de parto de su tercer o cuarto hijo y la enfermera, al tomarle los datos, le dijo: “He puesto ama de casa” después de haberle preguntado por su profesión.

Shirley Jackson vivió una vida enjaulada. Primero, en las expectativas de su madre. Luego, cuando parecía que iba a distanciarse de ella, cayó en las de su marido, Stanley Edgar Hyman, que ejerció sobre ella un terrible control durante toda su vida. Así, Jackson no pudo escapar de su vida de suburbio, ni de sus férreos deberes de esposa y madre, ni de sus adicciones. Solo al escribir podía liberarse, escupir un poco de aquel veneno que digería lenta y constantemente y que acabaría por matarla a los cuarenta y ocho años. Escribió muchísimo y tuvo tiempo de dejarnos una obra prolífica, excelente y reveladora que aún estoy descubriendo y sobre la que quiero hablar poco a poco. Ha permanecido tantos años en el olvido y el desprecio que vale la pena desempolvar ahora con cuidado. Las traducciones de Editorial Minúscula (Siempre hemos vivido en el castillo, Deja que te cuente, Cuentos escogidos) o Nórdica (La lotería) son, en este sentido, tremendamente oportunas, así como el trabajo de varios críticos y escritores (Ruth Franklin o Joyce Carol Oates entre ellos) que llevan años reivindicando su figura, tradicionalmente considerada menor.  

Celebremos esta oportunidad. Disfrutemos de Shirley Jackson.

We have always lived in the castle, Viking Press, 1962, 214 páginas.
Siempre hemos vivido en el castillo, Editorial Minúscula, 2012, 204 páginas.



2.20.2019

Nana de tela


Hace un par de años leí por primera vez Nana de tela. La vida tejida de Louise Bourgeois, escrita por Amy Novesky e ilustrada por la gran Isabelle Arsenault. Fue un regalo de mi suegra a mi hija pero, aunque está publicado por Pequeña Impedimenta, el sello infantil de la Editorial Impedimenta, yo creo que es un libro para adultos. Novesky y Arsenault recrean, a través de la figura tan maravillosa de la escultora Louise Bourgeois, un universo tejido por la nostalgia y la necesidad de reparar lo que la vida y el tiempo nos han roto.
Es un libro triste, para leer en soledad y despacio, mezclando los recuerdos de nuestra infancia con la lectura, dejando que nos envuelvan las voces de aquellos que ya no están, o que no están de la misma manera. Así, poco a poco, podremos ir tejiendo también la historia de nuestras pérdidas y repararla gracias a las palabras, a nuestra voluntad, al arte que se esconde en cada gesto y cada tarea de nuestra cotidianidad.
Maravilloso libro que no conviene olvidar en el marasmo de publicaciones actuales.

Nana de tela. La vida tejida de Louise Bourgeois, Pequeña Impedimenta, 2016, 40 páginas.

2.16.2019

La chaise-longue victoriana


Publicada por primera vez en 1953, La chaise-longue victoriana es una novela corta de Marghanita Laski; en mi opinión, la mejor que escribió. Aunque aquí su nombre no resulta apenas conocido, en Reino Unido fue una escritora e intelectual reconocida gracias, sobre todo, a su trabajo como periodista y crítica literaria. 

Cuando leí por primera vez esta novela me quedé maravillada por la habilidad con que está escrita. Tiene el ritmo preciso, los diálogos ajustados, el manejo del tiempo más adecuado…Es una novela compacta, que cae como una bofetada y provoca un terror sutil que va creciendo a medida que avanza la historia, implacable. Todo un ejemplo de dominio de la escritura.

Conocemos a la heroína en la primera frase, cuando exige al doctor que la atiende que le asegure que no va a morir. Melanie Langdon se nos aparece como una joven bella y mimada, madre reciente y enamorada esposa, que convalece en su casa londinense de una tuberculosis.  Tiene a su disposición un marido que la adora, una enfermera atenta y todas las comodidades que pueda desear. Sin embargo, esta primera escena ya presenta detalles aciagos. Todo está demasiado bien, todo resulta demasiado bonito, como lleno de sonrisas congeladas y falsas. Por ejemplo, el doctor, mientras habla con ella, piensa que es una criatura puramente femenina, que se convierte en todo aquello que su hombre desea. Otro ejemplo reside en el hecho de que a Melanie no la dejan ver a su hijo por miedo al contagio de tuberculosis. Cuando esta protesta y expresa su deseo de estar con el bebé, porque teme que ya sea tarde para establecer el vínculo materno filial, todos suspiran a su alrededor y ponen los ojos en blanco. La tachan de intensa, de impaciente…Los nervios no son buenos para su enfermedad, repiten benévolos, sacudiendo la cabeza. Esta escena, preludio de la trama propiamente dicha, resulta ya terrorífica por el modo en que todos los personajes (el doctor, el marido, la enfermera) infantilizan a la protagonista.

Cuando esta ya se encuentra mejor, la trasladan a una chaise-longue que ella misma adquirió en una tienda de antigüedades. La enfermera la obliga a echar una siesta y, al despertar, comienza la pesadilla: está encerrada en el cuerpo de otra mujer de la época victoriana, Milly. La infantilización continúa y se vuelve cada vez más oscura, más brutal. Melanie, en su nuevo entorno, se convierte en una mujer que no sabe lo que quiere. Se siente tan indefensa y culpable que llega a pensar que el placer sexual es diabólico, y su castigo por disfrutar de él se ha consumado en forma de encierro en otro cuerpo, en una casa terrible de una época ajena. En el cuerpo de otra mujer a la que, como ella, nadie deja levantarse y todos piden que se calme. Pero aquí, en esta época victoriana, la benevolencia pierde su lado amable, ya no hay sonrisas falsas sino desprecio, acritud, odio.

Melanie y Milly se acaban fundiendo en una misma víctima postrada y ninguneada: la loca de la casa. Encontramos, pues, en La chaise-longue victoriana, una nueva personificación de esta categoría en la caben, asimismo, la Antoinette de Ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys, o la Berta Mason de Jane Eyre, de Charlotte Bronte. Es fácil imaginar su destino común: ya se sabe que no hay piedad para la loca de la casa.

The Victorian Chaise-Longue, Persephone Books, 1999, 120 páginas.
La chaise-longue victoriana, Automática editorial, 2012, 144 páginas.





2.14.2019

Chilean Electric

En un ratito me he leído este Chilean Electric de Nona Fernández, publicado por Editorial Minúscula. Es un relato bien construido, conducido por la luz de su familia, su país, su adolescencia. La luz como hilo conductor, la luz que ilumina la escritura y despeja las sombras llenas de cadáveres, asesinatos, silencios en los que se hundieron las palabras. 

Me gusta mucho cómo trenza Nona Fernández este relato tan corto como intenso. Nunca la había leído, pero sí que he conocido gente de su generación, que creció con los toques de queda, las desapariciones, el terror del régimen de Pinochet. Chilean Electric refleja muy bien el sentimiento de orfandad e impotencia que embarga a todos esos niños que crecieron en el Chile de los años ochenta sin comprender muy bien qué pasaba a su alrededor, por qué los adultos muchas veces no contestaban sus preguntas y no querían ni oír cómo ellos las formulaban. 

Ahora, en estos momentos, me gustaría tener aquí, a mi lado, una luciérnaga que me iluminara un poco el camino. Yo sí que las veía de pequeña, en el pueblo de mi padre aún había, y por la noche, antes de acostarme, podía contemplarlas bajo el cielo estrellado. Era como velitas que arrojaban tenues destellos de emoción. 

Chilean Electric, Editorial Minúscula, 2018, 100 páginas. 

2.12.2019

Primera persona


Descubrí a Margarita García Robayo hace poco, gracias a Editorial Tránsito. Me gustó muchísimo su novela Lo que no aprendí y, cuando por fin se publicó Primera persona, corrí a comprarlo a la librería porque tenía ganas de reencontrarme con el ambiente caribeño, familiar, asfixiante, ambiguo y traicionero que tan bien se refleja en la novela, y esa voz narrativa que se alza en medio de todos esos sofocos de forma clara, segura, a veces rabiosa, firme en todo caso. En Primera persona he encontrado esa voz multiplicada, como el ambiente, porque aquí la autora ya no solo recurre al entorno en que creció, la ciudad colombiana de Cartagena, sino también otras ciudades que visita, y especialmente la que habita, Buenos Aires. Esta multiplicidad de ambientes descritos, la mayoría latinoamericanos, aporta una riqueza sutil a los relatos que conforman este libro. La voz también es múltiple porque da saltos temporales y nos lleva de la infancia a la madurez, luego a la adolescencia, luego a la juventud. Se nos acerca al oído y susurra, pregunta, a veces responde, otras veces renuncia a las respuestas, pero nunca deja de indagar.

Me han gustado especialmente dos relatos de Primera persona por la profundidad de sus reflexiones, por todo lo que han evocado en mí mientras los leía. La memoria aparece aquí como réplica, como hilo para enhebrar la aguja del diálogo entre narrador y lector.

“Historia general de tu vida” engarza recuerdos con impresiones fugaces, sensaciones como destellos. Así, el enojo es “un cuerpo compacto que se ha instalado en la boca de tu estómago y pide salir”. Pasan de largo maridos, hijos y suegras, espejos y cacas de perro, el árbol de guayaba del que cae la narradora y la mamá diciéndole que no era su hija, sino un tumor que finalmente había conseguido expulsar. La narradora hila escenas vívidas, diálogos apenas esbozados, como en una película muy rápida que ve pasar ante ella, la de su vida, y solo se detiene en aquellos momentos que se aferran a su memoria, que por alguna razón no quieren escapar tan rápido. La acompañamos en ese recorrido intenso, veloz, para evocar con ella nuestros propios enojos, el miedo que sentimos aquel día al salir de casa, la vez que nuestro hijo se quedó aterrado al ver al Hombre Araña, o la constatación de que nuestra individualidad tan solo está hecha de “pequeños secretos de uno mismo”. Nada más que eso. Y nada menos.

En “Mi debilidad (apuntes desordenados sobre la condición femenina)”, Margarita García Robayo escribe acerca de la conciencia de la vulnerabilidad que las mujeres solemos adquirir a una temprana edad, cuando aún no podemos definirla pero sí sentirla. Desde ese momento, esa conciencia actúa como una alarma que nos persigue constantemente, y ante la cual podemos distraernos solo por un tiempo, pero “siempre vuelve palpitante y dolorosa”. Esa conciencia nos recuerda que ser mujer significa andar con cuidado, alerta, porque nunca se sabe. Somos débiles y tenemos que cuidarnos de un peligro que acecha, que no se nombra pero del que hay que aprender a huir.

Esa debilidad de las mujeres, esa lacra impuesta desde la infancia, conlleva una eterna e interna lucha llena de contradicciones al tratar de distinguir la naturaleza de nuestro género de las imposiciones culturales. Intentar reconciliar ambas partes para reconocernos es una tarea monumental, yo diría que imposible. A medida que nos adentramos en la madurez, resulta más difícil separar ambas cosas. Por ejemplo, cuando nos enfrentamos al llamado instinto maternal. Al concebir la crianza de nuestros hijos ¿qué nos viene en el ADN y qué es fruto de capas y capas de modelos maternales determinados por la historia y la costumbre? ¿Y al decidir si queremos o no ser madres? Esta dicotomía es algo que surge en mi vida cotidiana constantemente en forma de preguntas, de dudas, de sentimientos encontrados, a la hora de relacionarme con mi familia, con mis padres, con mi pareja, con mis hijos. “Déjate llevar por tu instinto”, me decían las matronas cuando tuve a mi primera hija. Yo las miraba sin atreverme a preguntar a qué se referían, dónde quedaba el instinto a estas alturas de civilización.
Y es que, como muy bien apunta Margarita García Robayo, quien más, quien menos, la mayoría de mujeres acabamos convirtiéndonos en algo parecido a lo que nuestras familias esperaban de nosotras. La mayoría acabamos emparejadas, con hijos, entregando mucho, quizá demasiado, en una vida convencional, por mucho que esta palabra nos incomode porque nos recuerda lo que aborrecemos, lo que un día negamos que reproduciríamos. Por ello, el día a día de muchas mujeres, y con este la percepción de nuestra identidad, se construye a base de contradicciones, a base de caminar por un sendero muy estrecho. Avanzamos entre lo que deseamos ser y lo que acabamos siendo realmente, que a veces es solo lo que nos dejan ser. Y ahí, cada quien se las compone como puede para que los gritos de la conciencia no retumben demasiado y podamos dormir lo bastante tranquilas sin oírlos, a modo de alarma, sonando a cada momento.


Primera persona, Editorial Tránsito, 2019, 209 páginas.
Lo que no aprendí, Malpaso editorial, 2014, 182 páginas.



2.08.2019

Recobrar la voz

Quizá alguien se pregunte alguna vez (o yo misma, dentro de unos años, cuando mezcle etapas de mi vida y confunda intervalos de tiempo) qué ha pasado en estos casi siete años, por qué no he escrito nada y por qué he vuelto ahora. 

La respuesta es que he tenido dos hijos, que ya tienen siete y seis. Eso hizo que perdiera mi voz narrativa y, hace un par de años, empecé a ejercitarla de nuevo, a modularla poco a poco, a ratos, paradójicamente a través de la poesía, que nunca había escrito hasta entonces. Comencé a escribir poemas una tarde de verano con los niños, para matar el tiempo y el calor, y de pronto sentí una enorme furia que ya no recordaba, unas ganas terribles de ponerme a escribir de nuevo, de emitir otra vez una voz literaria. Una voz nueva, porque yo ya era una persona distinta. En ese proceso de búsqueda me encuentro todavía. Creo que estos siete años de silencio me han dado soltura y experiencia. Antes escribía de forma más contenida, me imponía restricciones que ahora me parecen un tanto bobas. Ahora no me importa mostrar mi intimidad, de hecho, busco mi intimidad como parte fundamental de mi voz. Eso es algo que me ha costado entender y aceptar. 

Antes creía que viajar, salir fuera, lejos, conocer lugares y gente nueva era la mejor manera de aprender. Ahora sé que también es posible hacerlo sin  alir de casa, hurgando en lo propio, desmenuzando el ámbito doméstico. Es quizá también el modo de aprendizaje más duro, casi asfixiante por momentos. Pero ayuda a crecer. 

Estoy contenta de haber vuelto. Quién mejor que yo misma para recibirme como me merezco y darme la bienvenida. Seguramente las reseñas, a partir de ahora, ya no serán lo que fueron. Serán otra cosa, estarán escritas desde otras perspectivas. Pero aquí sigo, encantada de explorar nuevos rincones literarios, cargada de energía para que mi voz recobrada se oiga, no importa dónde llegue. 

2.07.2019

La memoria del aire



Casi todas las mujeres hemos sufrido, en algún momento de nuestra vida, en alguna relación de pareja, algún tipo de violencia. Son muy pocas las que se libran. A la mayoría nos han dicho, de uno u otro modo, que la culpa de esa violencia ejercida sobre nosotras es nuestra.

Muchas hemos fantaseado con salvar a algún hombre alguna vez. No conozco a ninguna que lo haya conseguido. Muchas hemos pensado: "Pobre". Muchas hemos perdonado cosas que no queremos contar, que desearíamos olvidar, enterrar para siempre, pero no podemos. Esos recuerdos están en la memoria del aire y vuelven de vez en cuando, o a menudo, para atormentarnos y avergonzarnos.

Leer La mémoire de l'air de Éditions Gallimard http://www.gallimard.fr/ , recientemente traducida y publicada en castellano por Tránsito Editorial http://www.editorialtransito.com/como La memoria del aire, es una manera valiente de enfrentarse a esas sombras, a esa violencia que nunca olvidamos por mucho que nos esforcemos. Siempre quedan huellas presentes de uno u otro modo, silencios que se desvelan por sorpresa, miedos delatores, distancias terribles.

Libros como este son necesarios y nos ofrecen una lectura personal, única, que debemos aprovechar. Me alegra mucho que Caroline Lamarche, cuyo El día del perro traduje hace tantos años, vuelva a publicarse en español. Me alegra que sea precisamente este libro. En él, Lamarche analiza con frialdad y acierto los sentimientos, las contradicciones que surgen ante la violencia, así como esa voluntad de agradar que las mujeres podemos llevar hasta límites aterradores.

La memoria del aire
Editorial Tránsito, 2018, 108 páginas.