No había leído a Julian Barnes hasta que, hace unos días, vi un libro color crema en una desierta librería de la Rue de la Violette. Las ediciones de Vintage tienen algo especial, difícil de describir pero fácilmente reconocible, que siempre me atrae y que en ese momento me decidió a indagar, al fin, en la obra de este autor discreto (ningún éxito comercial, ningún Booker Prize) pero fascinante desde, exactamente, la primera página.
Arthur & George, traducida por Anagrama en 2007, es una novela de contrapunto. Sobre una base sencilla, la oposición de contrarios, Barnes va edificando una estructura compleja pero bien equilibrada, donde cada elemento tiene su peso exacto y cumple su función al milímetro. El paso del tiempo es el hilo estricto de narración que se aprovecha desde el principio, con el nacimiento de los protagonistas, hasta el final. Arthur es el hijo de una buena familia escocesa venida a menos por culpa del padre, alcohólico y epiléptico. Desde su más tierna edad aprende que lo que consiga en la vida será sólo gracias a su propio esfuerzo. Y se pone a ello. George, por su parte, nace en un pueblecito inglés en el que su padre, de origen parsi, ejerce como vicario. El modo en que se forja el carácter de ambos niños (sus familias, el ambiente y las circunstancias que los rodean, sus propios miedos y contradicciones), narrado siempre en paralelo para que mientras leemos a uno no perdamos de vista al otro, es quizá una de las partes más bellas de la novela. El punto de vista narrativo es muy clásico: no hay experimentos ni audacias, sino estilo indirecto libre y algunos extractos de documentos reales. Sin embargo, gracias a una combinación perfecta entre hechos objetivos y sensibilidad, a medida que Arthur y George se hacen adultos, el lector entra a formar parte de la historia. Sólo él tiene la llave para encajar las piezas, una encima de otra; quizá por ello la relación que se establece entre ambos personajes cuando ya están en su, digamos, mediana edad, es algo cargado de sentido para todos: para Arthur, para Georges y para el lector, que se siente parte de un azar que juega a unir contrarios para hacerlos más fuertes.
Y es que, en primer lugar, los protagonistas son exactamente opuestos. Arthur se convierte desde muy joven en uno de los Englishmen más admirados del país. Es fuerte y lo demuestra continuamente en cualquier cosa que se proponga; despliega un sentido del humor encantador, una seguridad sin soberbia y, además, ha creado uno de los personajes más importantes de la literatura universal: Sherlock Holmes. George, en cambio, es un anónimo procurador incapaz de tomar decisiones que no estén basadas en las leyes inglesas. No le interesan los vicios ni las relaciones sociales y sólo se siente cómodo en medio de una rutina perfectamente conocida que un día, sin explicación, se trunca. Poco después, se produce el primer encuentro entre George Edalji y Arthur Conan Doyle. Ambos atraviesan un momento muy difícil de sus vidas, y precisamente a causa de ello se ayudan y ejercen una influencia más o menos consciente que servirá al otro para rehacerse y salir adelante. Es como si una ley del azar, tan bien utilizado en esta historia, pretendiera mostrar que, por muy antagónicos que sean, los extremos pueden entenderse y llegar a algo bueno juntos.
En segundo, lugar, la época en que se sitúa la novela nos muestra una oposición histórica y social: el paso del clasicismo a la modernidad en la Inglaterra de principios del siglo XX. En medio de una crisis que sacude a toda Europa, las luchas entre la tradición y las nuevas ideas crean un juego de contrarios en todas las disciplinas, pensamientos, costumbres que hoy, visto desde nuestra perspectiva, resulta fascinante. Las grandes cuestiones que sacuden a la sociedad inglesa de 1900 están presentes en la novela: la religión y al positivismo, el honor y la fuerza de los sentimientos, la fe y la razón, la libertad y el deber, el estado y el individuo... La historia de los personajes se refleja y se multiplica en la historia colectiva, en tanto en cuanto Arthur y George fueron personas reales y públicas. Las circunstancias que llevaron a ambos a conocerse están muy bien documentadas en la novela, lo cual permite a Barnes mostrar que la técnica de adquirir la perspectiva de un personaje histórico en interacción con la sociedad de su tiempo, al estilo de Marguerite Yourcenar, puede ofrecer resultados maravillosos si se hace bien. La sensibilidad empática de Barnes, en este caso, es muy buena. Arthur Conan Doyle y Georges Edalji, cada uno a su manera, fueron parte de una historia recreada y estructurada según ese equilibrio de contrarios que eventualmente son capaces de tocarse y ofrecerse lo mejor de sí mismos.
Aun así, a pesar de todo este armazón tan bien trabado, en la novela hay espacio suficiente para que el lector se pasee con libertad, ate sus propios cabos, juegue a detectives, sufra con los protagonistas y se ría con el mejor humor inglés de un narrador tan invisible como coherente. Sin olvidar, claro está, el espíritu lógico-implacable de Sherlock Holmes y los fantasmas de la Sociedad Espiritualista, que tuvo en Conan Doyle a uno de sus miembros destacados. Contrapunto en todos los niveles narrativos. Creo que voy a seguir leyendo a Barnes.
Al leer este post me dieron ganas de leer el libro de Barnes. :D
ResponderEliminarMe encanta la forma como lo resumiste.
Saludos
Wara