2.19.2007

El último suspiro del moro

Este título tan curioso corresponde a una de las novelas de Salman Rushdie, traducida al español por Plaza & Janés y publicada en 1995. Hasta hace un par de años, pocas veces había pensado en Rushdie como algo más que el autor de los controvertidos Versos satánicos, y sólo al empezar a conocer la literatura anglosajona contemporánea pude darme cuenta de la importancia de este escritor más allá de su polémica novela. En Gran Bretaña, Rushdie es un asiduo ganador del Booker Price (un premio honesto que también frecuenta mucho Coetzee) y uno de los mayores renovadores de la lengua literaria en las últimas décadas. En cambio, tengo la impresión de que a pesar de sus numerosas traducciones, fuera de los países anglófonos el nombre de Rushdie suele asociarse a la persecución y las amenazas a las que se vio sometido en los años noventa (aún está condenado a muerte en Irán) más que a los ambientes y personajes tan característicos de sus novelas, que en el mundo hispánico se han asociado en alguna ocasión al realismo mágico. Personalmente, esta comparación me dio risa cuando la leí por primera vez, porque no creo que las peripecias de la saga Da Gama-Zogoiby, protagonista de The Moor's last sigh, tenga mucho que ver con los Buendía, por poner un ejemplo, así como tampoco aprecio posibles puntos de encuentro en cuestiones puramente estilísticas o narrativas. Aun así, es cierto que todo lector sensible a la nostalgia de las épocas perdidas, remotas y difusas, en las que la realidad no se concebía sin la fantasía, el arte o los sueños, disfrutará de la prosa de Rushdie tanto como de la de García Márquez.

The Moor's last sigh parte de la época en que los portugueses, siempre tan anglófilos, llegaron a una India dominada por los británicos para establecer allí lazos comerciales con Europa. Los descendientes de Vasco da Gama se encontraban entre estos aventureros cuya identidad cultural estaba determinada por una mezcla de procedencias tan variopinta que ni siquiera ellos mismos lograban definir. Quizá fue esa mezcla, avivada por el clima cáido y la exuberancia colorista de la India, lo que propició el nacimiento de unos personajes tan peculiares como los que aparecen en la novela y cuyos orígenes se remontan al mismísimo Boabdil, aquel moro que lloró como mujer lo que no había sabido defender como hombre. Su ejemplar descendencia llega hasta Moraes Zogoiby, narrador de la historia y víctima final de una conjunción de grandezas y talentos demasiado egocéntricos para prestar a un niño la atención que requiere. Eso, unido a una enfermedad misteriosa que le hace envejecer inusitadamente rápido, lo convierte pronto en un ser extremadamente sensible y desdichado que, para enfrentarse a una soledad impuesta y una vida que se le escapa a marchas forzadas, se dedica a investigar el pasado de su estirpe y hallar así las raíces que den un poco de sentido a su dramática situación. El sufrimiento y el dolor, según Moraes, se combaten con fantasía, resignación y grandes cantidades de humor e ironía, y en la novela no faltan ocasiones en las que lucir estos elementos de forma perfectamente conjugada.

Así, el resultado es una brillante historia de una familia cuyos miembros parecen fatalmente atraídos por los extremos y la locura en sus diversas variantes. No existe ni cotidianeidad ni posible proceso de identificación o reconocimiento para el lector: todo resulta extraño, exótico, lejano y, por eso mismo, atractivo e interesante. Salvo en la parte final, donde la evocación de Boabdil se hace demasiado forzada y encontramos a Moraes por las Alpujarras en busca de unos cuadros robados de su madre, Rushdie sabe mantener bien la tensión y la combinación de recursos literarios para que el lector mantenga su interés y admiración por esta colección de personajes a cual más exéntrico y perverso. En este sentido, como decía, la sensación final, esa mezcla de incredulidad y fascinación, sí que se parece a la que nos puede dejar una buena novela del realismo mágico latinoamericano. Merece la pena probar la asociación.